Siembra a voleo
Indice del capítulo: En la federación de Atletismo
Podría contar muchos recuerdos deportivos de esos años tan decisivos para el deporte español. Pero como he escrito este libro para contar sobre todo el influjo del espíritu del Opus Dei en mi vida, me limitaré a evocar algunos recuerdos en este aspecto, sabiendo que son sólo un botón de muestra, porque el espíritu del Opus Dei me ha ayudado en todo: me ha llevado a amar de veras mi profesión y el mundo del deporte; me ha enseñado a pedir perdón por mis equivocaciones, a superar también con deportividad mis defectos a la hora de trabajar, y a no llenarme de soberbia con los triunfos... ¡Tantas cosas...! Y tan difíciles de contar, porque pertenecen a la intimidad. Por eso, me centraré en varios recuerdos de amigos míos y de su encuentro con Dios.
Yo tenía —y tengo— un amigo, entrenador, de ideas marxistas, con el que tuve mucho trato cuando fui responsable nacional de fondo. Mientras entrenábamos en las pistas, hablábamos de todo, y como sucede cuando hay amistad, salían a veces cuestiones relacionadas con Dios. Él solía decirme:
—Mira, Lázaro, perdóname. Esas historias no son para mí, ni para niños siquiera...
Y me hablaba de lo bueno que era el marxismo para resolver los grandes problemas de la sociedad.
Estando así las cosas, en una ocasión me tocó ir a una concentración a Zarauz, con atletas de la selección española de fondo. Allí volví a encontrarme con mi amigo. Era Semana Santa, por eso no me extrañó que, conociendo mis costumbres, me dijese:
—Lázaro, ¿has encontrado ya iglesia para ir a Misa?
—Todavía no, pero voy a ir.
—Entérate de la hora de los Oficios, porque mañana voy a ir contigo.
—¿Me estás tomando el pelo? Si tú no vas nunca a Misa...
—No, no, tú no sabes lo que me ha pasado. Pero no te lo digo ahora. Mañana te lo cuento mientras entrenamos.
—Bueno, bueno. Esperaré a mañana, pero me dejas intrigado.
Al día siguiente, me contó la historia con todo detalle.
—Mira, Lázaro, ha sido algo extraordinario. Un día que iba con mi hijo pequeño hacia la playa, de pronto sentí algo que me atraía, una iglesia por cuya puerta pasábamos en aquel momento. Pero no entré. Llegamos a la playa y yo seguía sintiendo la misma conmoción. Así que le dije a mi hijo que se quedara allí un rato jugando, que enseguida volvería. Me dirigí a la iglesia y entré con una inquietud enorme por dentro. Entonces, me entraron unos deseos enormes de confesarme y pedir perdón a Dios por tantos errores que había cometido en mi vida.
Hizo una breve pausa, como dudando, y añadió:
—Además, mira, Lázaro, antes yo casi no pisaba mi casa: que si la política, que si el entrenamiento, que si esto o lo otro. Y eso no estaba bien. Ahora, siempre que puedo estoy con mi familia.
Dios quiso que aquel amigo mío tuviera esa conversión. Tenía en ese momento unos cuarenta años. Pienso muchas veces en ella para considerar que la gracia de Dios lo puede todo. Han pasado más de veinte años y sigue siendo católico ejemplar.
Otra anécdota que me viene a la memoria se refiere a otro amigo mío, cuyo padre se estaba muriendo. Le costaba aceptarlo y se rebelaba contra Dios. Un día le dije:
—Tienes que aceptarlo, porque es la voluntad de Dios, aunque te cueste entenderlo ahora.
Aquello le sentó muy mal y durante una temporada no quiso hablarme. Tiempo después volvimos a encontrarnos. Me recibió con un abrazo:
—Lázaro, te tengo que contar. ¿Sabes que doy catequesis en mi parroquia?
—Y eso... ¿cómo ha sido?
—Lo que me dijiste sobre la muerte de mi padre me sentó muy mal, pero luego recapacité y me di cuenta de que tenías razón. Sin Dios no se puede vivir. Nuestra vida está en sus manos y está decretado que nos tenemos que morir. Podemos negarnos a aceptarlo, pero está ahí. Así que he cambiado. Y estoy muy volcado en la parroquia, en las catequesis y demás.
A veces me pregunto: cuando después de un entrenamiento, charlo con un amigo y sale el tema de Dios —porque como saben que soy creyente, suelen preguntarme—, y yo le contesto como puedo las dudas que tiene... ¿se entera o no se entera, comprende o no comprende lo que le estoy hablando? La fe resulta tan difícil de explicar a veces... Y luego resulta que sí que se entera. Y he sacado la conclusión de que hay que aprovechar las ocasiones de hablar de Dios a la gente, porque cada día que pasa no se puede recuperar. Hay que sembrar a voleo, sin conformarse con lo que uno hace, porque siempre se puede hacer más.
Recuerdo a un atleta de martillo, al que un día, después de charlar sobre cosas de atletismo, le animé a ser buen cristiano. Siempre que sacaba estos temas, me escuchaba en silencio, con interés, pero un poco distante.
Después de un tiempo coincidí con él en el tren, casi llegando ya a la estación de Atocha de Madrid. Me alegré de encontrarlo. Mientras salíamos, me dijo, el muy bromista:
—Bueno, Lázaro, ¿donde hay un bar cerca de aquí?
—Pues, aquí mismo, al lado.
Y echándose a reír, dice:
—Pues vamos a celebrarlo.
—Celebrar, ¿qué?
—¡Que ahora yo también soy del Opus Dei!
Lo he pensado muchas veces: Dios aprovecha lo poco que ponemos de nuestra parte, porque quiere contar con nosotros. A veces, un simple comentario puede remover un alma, porque Dios es el que las remueve sirviéndose hasta de nuestras equivocaciones.