Fiesta grande en El Cerro

Indice del capítulo: El fundador del Opus Dei en Tajamar

1 de octubre de 1967. Intento hacer memoria de aquel día. No me resulta difícil, porque conservo muchos recuerdos y notas. Es domingo, y Josemaría Escrivá, el Fundador del Opus Dei, el Padre, va a visitar por vez primera Tajamar. Desde las nueve de la mañana hay gente en las proximidades del Instituto, que durante estos años ha crecido mucho y alberga en sus aulas a unos 1.500 alumnos.

El Cerro del Tío Pío está igual que siempre. Pero las personas han cambiado de aspecto. Es sorprendente verlas con sus trajes de fiesta, bien arregladas y sonrientes, saliendo de unas chabolas de palos y latas o de las casas bajas, de paredes de ladrillo y techo de uralita que forman el entorno de Tajamar.

Mientras me acerco, caminando campo a través desde la estación del Metro, me cruzo con un carro que llevan un hombre y una mujer. Un chaval de trece o catorce años se acerca a ellos, con paso rápido:

—Venga, id a arreglaros, que se hace tarde. Yo guardaré el carro.

Cerca de Tajamar, se han dado cita más de cuatro mil personas: padres de familia, chicos y chicas jóvenes, personas mayores y niños endomingados, madres con sus hijos pequeños en brazos. Sólo conocen al Padre por los periódicos o por lo que han oído contar en Tajamar, pero están impacientes por verle y escucharle.

Es un ambiente de fiesta, de fiesta de barrio, simpática, popular. Hay unas cuantas personas junto a la puerta del salón de actos, impacientes por entrar aunque el Padre todavía tardará en llegar:

—Si no, después no vamos a encontrar sitio.

Un castizo, de bigote grande, oscuro, con la camisa arremangada y la chaqueta al brazo, se dirige al grupo arrastrando las palabras, con acento madrileño:

—Señora, ¿que quiere usté? ¿Que llegue el Padre y estemos todos dentro, sin esperarle?

Hay mucha gente con abrigo, bastantes con boina, otros con pitillos liados o uno de esos cigarrillos cortitos, que son los más baratos. Otros llevan traje de solapas grandes, muy puntiagudas, de los que estaban de moda hace diez o quince años: posiblemente su traje de bodas, el que se pone sólo para las grandes ocasiones.

A las diez de la mañana, el coche entra por la puerta del Camino de Valderribas. Con gesto rápido, el Padre sale del vehículo. Estalla un aplauso largo, lleno de cariño.

Pasa primero al pabellón central del colegio. El Padre tiene unas palabras para todos. Recuerdo detalles muy concretos . A continuación pasa a la sala de profesores, un lugar amplio, con mucha luz . Se sienta en uno de los silloncitos que hay debajo del mural y nos habla del trabajo que estamos realizando en Tajamar, de las labores apostólicas del Opus Dei en todo el mundo, que se hacen presentes «donde hay pobreza, donde hay falta de trabajo, donde hay tristeza, donde hay dolor, para que el dolor se lleve con alegría, para que la pobreza desaparezca, para que no falte trabajo —porque formamos a la gente de manera que lo puedan tener—, para que metamos a Cristo en la vida de cada uno, en la medida en que quiera, porque somos muy amigos de la libertad».

En el edificio contiguo, el salón de actos está ya completamente lleno y un gentío permanece en la puerta. El Padre se encamina hacia allí. Se detiene un momento ante la maqueta de Tajamar. Aún no existen todos los edificios que, soñando un poco, hemos previsto en la maqueta. Al Padre esos proyectos le parecen aún pequeños, y nos dice que sueña con otros muchos Tajamares en otros barrios de Madrid, en otras ciudades, en otros países del mundo entero .

 
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