Leopoldo Eijo y Garay
Índice: José María Somoano. En los comienzos del Opus Dei
Don Leopoldo Eijo y Garay, que confirió la ordenación sacerdotal a José María Somoano, falleció en Vigo, a los ochenta y cinco años, tras haber ejercido su ministerio episcopal en Madrid durante cuarenta años, desde 1923 hasta 1963. Sus restos mortales reposan en la iglesia de San Isidro de Madrid.
García Lahiguera fue testigo privilegiado del afecto del Patriarca de Madrid-Alcalá hacia el Opus Dei. Don Leopoldo -escribe- "conocía al detalle el trabajo apostólico de don Josemaría, ya que el Padre no había dado nunca un paso, en su labor fundacional, sin el conocimiento y la venia de su Obispo y de su Vicario General. Pues bien, un día, cuando el Patriarca había terminado la ceremonia de órdenes en la capilla del Seminario de Madrid, mientras todos los asistentes, seminaristas y ordenandos esperábamos en silencio a que se despojase de los ornamentos sagrados, don Leopoldo, en voz bien alta para que todos lo oyéramos, dijo éstas o parecidas palabras: 'Señor Rector, el Opus Dei es una obra aprobada y bendecida por la Jerarquía, y no tolero que se hable en contra del Opus Dei'.
Así aprovechó el Patriarca -continúa relatando García Lahiguera- esta solemne ocasión en la que estaban presentes tantas personas, para dar un testimonio público y personal del carácter sobrenatural del Opus Dei, y de paso cortar las habladurías y murmuraciones que podían propalarse también en el Seminario".
Laura Coma Canella, perteneciente a una familia estrechamente ligada a don Leopoldo, le acompañó el último día de su vida; recordaba algunas de las palabras que el prelado pronunció poco antes de fallecer: "hablaba casi en monólogo, para sí mismo. Advertí que una idea le sobrecogía: en su humildad, veía sus manos vacías -lo mostraba con el gesto de entrelazarlas-, pero también recordaba con alegría que él dio la primera aprobación canónica al Opus Dei, y consideraba que Dios se lo tendría en cuenta".
Algo después, continúa relatando Coma Canella: "explicó que el Opus Dei no era de Monseñor Escrivá, sino de Dios (...) y me ofreció una visión amplia del Opus Dei, como un camino de vida cristiana que cada uno podía recorrer desde su sitio, desde su puesto de trabajo, con deseo sincero de luchar seriamente por ser santo. Dios lo había suscitado para recordar a los cristianos el valor santificador del trabajo ordinario y su misión de imbuir de espíritu cristiano las realidades sociales...".
Media hora después de esta conversación, falleció.