8 de marzo. La Extremaunción
"Su padre -recuerda Carmiña- quiso explicarle aquella noche con todo detalle el Sacramento de la Unción de los Enfermos, que entonces se llamaba Extremaunción, para que lo aprovechara bien.
-Mira, hija mía -le dijo-, primero vendrá el sacerdote y te hará una cruz con el óleo en la frente. Acuérdate en ese momento de pedir perdón por los pensamientos que te hayan podido apartar del Señor: las faltas de caridad, los juicios temerarios...
Estábamos también en la habitación su madre y yo, en completo silencio. Su padre seguía:
-Luego el sacerdote te hará una cruz en el pecho, sobre el corazón. Pídele entonces perdón al Señor por los sentimientos, por las intenciones menos rectas..."
Por la tarde vino don Florencio y le administró la Extremaunción, después de explicarle detalladamente el sentido de cada uno de los actos litúrgicos. La acompañaban sus padres, sus hermanos mayores, Lía, Carmiña, María Teresa... Su madre no dejó de sonreír para animarla durante todo el tiempo.
Comenzó don Florencio:
"Introeat Domine Iesu Christe, domum hanc sub nostrae humilitatis ingressu, aeterna felicitas, divina prosperitas, serena laetitia..."
Le ungió los ojos, las orejas, la nariz, los labios, las manos y los pies y concluyó:
"...atque Ecclesiae tuae sanctae, cum omni desiderata prosperitate, restituas. Per Christum Dominum nostrum".
-"Amén".
Más tarde, cuando se hubo ido don Florencio, Montse preguntó:
-"Tengo tantas ganas de irme..., ¿cuándo se acabará?"
Le dijeron que quizá el Señor quería que ayudase todavía un poco más, con su sufrimiento ofrecido a Dios, al Padre, al Opus Dei...
-"Entonces no me importan unos días más. O cuando quiera el Señor".
"Mientras le administraban la Extremaunción -recuerda Carmiña- estuvieron presentes algunos de sus hermanos: Enrique, que vino del Seminario, Jorge, Pilar y Nacho, que tenía entonces trece años. Las gemelas no, ni Rafael, el pequeño. Al acabar Nacho salió con los ojos llorosos. Luego salió Enrique, llorando también y se quedó con él. Y le decía a su hermano:
-Nacho, no llores. Montse se muere muy contenta porque va al Cielo y va a dejar de sufrir...
Los que veíamos aquello estábamos muy emocionados. Y en ese momento el padre de Montse comentó, bromeando, para aliviar la tensión:
-¿Lo veis? Enrique se prepara para ser cura (...). Ya está dándole sermones a su hermano...
Y nos reímos todos".
Sí que puedo
Aquel 8 de marzo fue un día intenso. "Por la noche de ese mismo día -comenta Montserrat Amat- estaba agotadísima; no podía ni escribir su examen de conciencia en la agenda. Le dije que no se preocupara, que lo hiciera, pero sin anotarlo.
Empezó, y al poco rato, haciendo un esfuerzo, me dijo:
-Dame la agenda, que sí que puedo.
Y, efectivamente, lo hizo como todas las noches".
Empezaron los últimos días, penosos y duros, de su enfermedad. La sostenía la Eucaristía: recibía al Señor diariamente. Como le resultaba muy penoso digerir los alimentos, tenía que ayudarse bebiendo un poco de agua.
Un día, dos amigas que habían venido a verla, al despedirse le comentaron que se iban a Llar, donde tendrían una Bendición con el Santísimo. "¡Qué envidia!", exclamó. Y no podía evitar que, de vez en cuando, al hacer la oración se le escapase una súplica en voz alta, dirigiéndose a la imagen de la Virgen de su cuarto:
-"Señora, ¿cuándo me llevarás?"
Pero no se dejó llevar por la impaciencia, aunque a veces, el dolor la vencía. "Una noche -recuerda Montse Amat- estábamos Lía y yo con ella y se le escapó, como en un suspiro:
-Es que no puedo más, no puedo más.
Nos acercamos para cambiarla de posición y hacerle algo que la aliviara. Entonces añadió, ofreciendo esos dolores:
-Sí que puedo, sí. Por el Padre, por el Padre..."
Las notas del examen de conciencia de estos últimos días testimonian su lucha diaria por vivir con amor las costumbres de piedad cristiana, propias de una persona del Opus Dei, aun cuando se encontraba físicamente desfallecida. Ese examen diario no era el fruto de una búsqueda perfeccionista o escrupulosa de los propios fallos. Era, como enseñaba el Fundador, "una necesidad de amor". Al acabar el examen surgía un acto de contrición y de petición de gracias para el día siguiente.
El día 8, domingo, escribió: "Oración tarde y medio dormida, pero he luchado". El día 9: "Oración bien, Comunión mejor". El día 10: "Oración de la tarde bien, Comunión bien, Santo Rosario dos partes bien, Evangelio algo mejor..." El día 12, jueves: "Oración de la tarde bien, Comunión bien (...), Examen particular bastante mejor. Momentos de desánimo, luego alegría".
Hasta el último momento debería luchar contra aquellos "prontos" de su carácter. El día 13, viernes, anotó: "Oración de la tarde bien, nervios".
El día 14: "Desasosiego y falta de paz, luego ya no".
Y el día 15 hizo la última anotación: "falta de paz y desasosiego, como sola".
Esa sensación de soledad -unida a las dudas, a los temores y las tentaciones que el Señor permite en muchas almas para purificarlas- fue posiblemente una de las últimas pruebas que Montse debió soportar en esta tierra.
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"Un día, al llegar -cuenta Carmiña-, vi que estaba muy agitada y muy nerviosa. Y recordé, aunque yo no sabía nada de lo que le pasaba, que es frecuente que los moribundos sufran, en los últimos días, muchas tentaciones: sobre todo contra la esperanza... Y le dije:
-Mira Montse: cuando el demonio ve que una persona está a punto de morir, da la última batalla; porque el demonio existe, y tienta, y no nos deja hasta el último día de nuestra vida... Ahora te pueden venir muchas tentaciones contra la esperanza. Tú no te preocupes: acude a la Virgen. Confía en Ella. No te asustes de lo que se te ocurra. Tú no tienes la culpa. Por ejemplo, piensa: hay una mosca en ese cristal. Nosotros no la hemos puesto ahí... no la podemos quitar; pero no tenemos que detenernos en ella, fijándonos cuántas alas tiene, de qué color es... Ahora te puede asaltar la duda sobre si te vas a condenar o no; o puedes tener alguna tentación contra la esperanza; o quizá se te escape pensar: 'qué injusto es Dios que me quita la vida en plena juventud...' No te inquietes: reza, confía y acude a la Virgen.
Asintió. Y al rato me dijo:
-Oye, Carmiña: ¿de qué color serán los ojos de la Virgen? ¿Azules o verdes?
-Pues no lo sé -le dije, sorprendida-, quizá sean verdes...
Y exclamó, mirando la Virgen de Montserrat:
-¡Madre mía, te quiero, te quiero! Madre mía, te quiero..."
"Sin duda -escribía Lía al Fundador del Opus Dei, el 14 de marzo- hemos notado el empujón que nos está dando Montse. Se acuerda mucho de todo el mundo y sabe ofrecer con generosidad y alegría todos sus sufrimientos, que ahora actualmente ya van siendo muchos, aunque su máxima preocupación es, o por lo menos ha sido, hasta hace unos días, que no sufría nada por la Obra, que era demasiado cómodo morirse, mientras todos trabajamos tanto. Lo decía con tal convicción, que emocionaba oírla. Ahora sí que esperamos sea muy pronto el desenlace".