Las manos de un cirujano
Curación de una radiodermitis crónica cancerizada
(noviembre de 1992).
Entre las numerosas curaciones atribuidas al Fundador del Opus Dei después de su beatificación, inexplicables a la luz de los actuales conocimientos científicos, se eligió este caso para someterlo al juicio de la Congregación para las Causas de los Santos. El reciente Decreto pontificio, emanado en fecha de 20 de diciembre de 2001, al reconocer el carácter milagroso de esta curación, abre las puertas a la canonización del Beato Josemaría.
El proceso canónico que ha conducido a este resultado fue instruido en la diócesis de Badajoz (España), domicilio de la persona curada. De acuerdo con las normas vigentes para esta clase de actos, se envió al Ordinario diocesano en fecha 30 de diciembre de 1993 la documentación recogida con la petición formal de apertura de la investigación diocesana del presunto milagro. En las sesiones del tribunal, desarrolladas del 12 de mayo al 4 de julio de 1994, fueron escuchados nueve testigos: el Dr. Manuel Nevado en cuanto persona beneficiada; tres médicos que habían seguido el desarrollo de su enfermedad (un dermatólogo, un radiólogo y un anatomopatólogo); una religiosa enfermera que durante varios años le ayudó en las operaciones que realizaba; su mujer, también enfermera y ayudante en intervenciones quirúrgicas; la persona que le sugirió invocar al Fundador del Opus Dei; y, como testigos de oficio, dos sacerdotes, conocidos de la persona curada, que testimonian sobre su moralidad y credibilidad. Además, de acuerdo con las normas, el tribunal nombró peritos a dos médicos: un catedrático de Dermatología y un especialista en Radiología.
El 7 de julio de 1994, se presentó a la Congregación para las Causas de los Santos la copia oficial del proceso diocesano. El Dicasterio pontificio emitió el decreto de validez en fecha 26 de abril de 1996, sancionando así que la investigación diocesana se había llevado a cabo en el pleno respeto de las normas y praxis jurídicas vigentes.
El caso pasó entonces a la Consulta Médica, órgano encargado del estudio científico de las presuntas curaciones. Después de un profundo análisis, en el curso del cual se consultó —como es de rigor— toda la bibliografía científica referente a la enfermedad en cuestión, el 10 de julio de 1997 declaró unánimemente que, a la luz de los conocimientos y experiencias actuales, resulta inexplicable la curación de esta enfermedad. Ésta es la conclusión textual a que se llegó en esa reunión, tal como se recoge en el acta: "Diagnóstico clínico: Cancerización de radiodermitis crónica grave en el tercer estadio, en fase irreversible (5 votos sobre 5). — Pronóstico: Infausto (5 sobre 5). —Tratamiento: No se siguió ninguno (5 sobre 5). —Modalidad de curación: Muy rápida, completa y duradera; científicamente inexplicable (5 sobre 5)".
El siguiente paso en una causa de este tipo corresponde a los Consultores Teólogos, llamados a pronunciarse sobre el carácter preternatural de la curación y sobre la relación de causa-efecto entre la invocación del candidato a la santidad y la desaparición de la enfermedad. Los siete Consultores Teólogos, reunidos el 9 de enero de 1998, dieron una respuesta positiva y unánime a las dos cuestiones; es decir, reconocieron el carácter milagroso de la curación y concluyeron que debía ser atribuida, sin ninguna duda, al Beato Josemaría Escrivá. La mayoría de ellos no dudó en clasificarlo como un milagro de II grado; es decir: el hecho milagroso no reside sólo en la modalidad de la curación (quoad modum), sino en la desaparición de una enfermedad que es, en sí misma, incurable (quoad subiectum).
Las normas de la Congregación para las Causas de los Santos prevén que, antes de la publicación del correspondiente decreto pontificio, los Cardenales y Obispos miembros del Dicasterio otorguen su conformidad. Este último acto fue realizado en el curso de la Asamblea Ordinaria de la Congregación, celebrada el 21 de septiembre de 2001.
Una enfermedad profesional
La enfermedad de la que fue curado el Dr. Nevado es una de las que habitualmente se clasifican como "enfermedades profesionales", es decir, contraídas a consecuencia del ejercicio de la profesión. Constituyen un grupo muy heterogéneo, de evolución y gravedad muy variable, tal como la silicosis, característica de los que trabajan en minas de carbón; diversos tipos de intoxicaciones que pueden afectar a trabajadores de la industria química; lesiones cancerosas como consecuencia de la contaminación con sustancias radioactivas, etc.
Una enfermedad especialmente peligrosa es la radiodermitis crónica, típica de quienes se sometían durante años, sin la adecuada protección, a la acción de los rayos X, como es el caso de algunos médicos. En la actualidad, esta afección se observa cada vez con menos frecuencia; pero hace años no era rara entre los pediatras, que sostenían al niño mientras lo observaban por radioscopia, y entre los traumatólogos, al reducir fracturas con el auxilio de los rayos X.
Ésta fue la situación de Manuel Nevado Rey durante muchos años. Nacido en 1932 en Herrera de Alcántara (Cáceres, España) en el seno de una familia campesina, estudió Medicina en la Universidad de Salamanca, donde se licenció en 1955. Ese mismo año comenzó la especialización en Cirugía General y Traumatología en un prestigioso centro quirúrgico de Santander. En esta ciudad conoció a la que sería su mujer. Y es allí también donde empezó a trabajar con un aparato de rayos X que los traumatólogos de entonces utilizaban para diagnosticar y reducir fracturas. Solían llamarlo "bola de Siemens", a causa de su forma esférica y en referencia a la casa productora.
Los equipos radioscópicos de aquella época carecían de suficientes medidas de protección contra las radiaciones Roentgen, también llamadas rayos X. Entre el foco emisor y la pantalla, el traumatólogo situaba el miembro lesionado, y lo manipulaba con sus manos con el fin de alinear los fragmentos óseos y reducir las fracturas. Como el poder de definición de la pantalla era muy pequeño, los médicos se veían obligados a utilizar el aparato a su máxima potencia y a prolongar el tiempo de exposición. Esto no suponía grave daño para el paciente; no así para el médico, que reducía una fractura después de otra, siempre bajo el efecto de los rayos X. La mano más expuesta solía ser la izquierda, con la que sostenía el miembro lesionado del paciente delante del foco de radiaciones.
Los médicos que han intervenido en este caso, han realizado un estudio exhaustivo de la etiología, evolución y pronóstico de esta enfermedad. La causa es la absorción por la piel de dosis de rayos X incompatibles con el desarrollo normal del tejido cutáneo. Es bien conocido, en efecto, que las radiaciones, una vez absorbidas, no se eliminan, sino que se acumulan y acaban produciendo trastornos celulares irreversibles. La enfermedad, conocida con el nombre de "radiodermitis", es crónica y progresiva.
En la clínica dermatológica se distinguen tres estadios de esta enfermedad. En el primero y más leve ("radiodermitis crónica simple"), la piel se presenta privada del vello, seca y fina por atrofia de la epidermis, fácilmente vulnerable a los pequeños traumatismos, y con áreas de hiperpigmentación y pequeños puntos hemorrágicos que le dan el aspecto de "manchas de carbón". Además, la piel se descama fácilmente y pueden aparecer pequeñas ulceraciones.
La segunda fase ("radiodermitis crónica evolutiva") se caracteriza por la aparición de formaciones verrucosas y ulceraciones que se van agravando progresivamente, aunque el paciente se haya alejado ya del peligro representado por las radiaciones. Aparecen placas de hiperqueratosis (epidermis gruesa) y formaciones córneas dolorosas, sobre todo en las caras laterales de los dedos. Se reduce la funcionalidad de las manos, a causa de los dolores producidos por las ulceraciones. Aparecen fenómenos de hiperplasia vegetante (verrugas de aspecto tumoral), telangiectasias (dilataciones anómalas de los capilares), atrofia de la piel y fibrosis del dermis.
En la "radiodermitis crónica cancerizada" (tercera fase de la enfermedad), las lesiones ulcerosas o los queratomas se malignizan y dan origen a cánceres de piel, especialmente epitelioma espinocelular. Estas situaciones suelen presentarse muy tarde, a los veinte o veinticinco años de sobrexposición prolongada a los rayos X. Si no se procede a la extirpación quirúrgica, acaban produciéndose metástasis, primero por vía linfática y luego también por vía sanguínea, que comprometen la vida del paciente.
El tratamiento de esta enfermedad es muy complejo. Desde luego, es muy importante alejarse del foco de radiaciones cuando el mal está en sus comienzos, cosa que suele resultar difícil porque supondría, por parte del interesado, el abandono de la especialidad para la que se ha preparado. Ya se ha dicho que estas lesiones eran frecuentes en tiempos pasados, cuando la protección frente a los rayos X era insuficiente; ahora, afortunadamente, al menos en los países desarrollados, el avance de la técnica y la legislación más exigente en esta materia han hecho que los casos de radiodermitis crónica avanzada sean escasos.
Cuando la enfermedad manifiesta lesiones de tipo canceroso o precanceroso, se aconsejan actos quirúrgicos radicales para evitar que siga progresando: amputación de los dedos de la mano, o incluso de porciones más extensas de la extremidad superior, según el grado de afectación de los ganglios linfáticos, e incluso extirpación de los ganglios del codo o de la axila.
El autor de un estudio exhaustivo de la bibliografía disponible sobre esta enfermedad, concluye con las siguientes palabras: "No se recoge ningún caso excepcional de remisión espontánea de pacientes que han padecido lesiones de radiodermitis crónica evolucionada, con el antecedente de irradiación diagnóstica prolongada. Tampoco este dato se recoge para los pacientes que específicamente han desarrollado un carcinoma epidermoide de piel sobre una lesión previa de radiodermitis".
Después de treinta años de evolución
Ya desde que comenzó a especializarse en Cirugía General y Traumatología, el Dr. Nevado se acostumbró a usar con frecuencia la esfera de Siemens. Tras un año de estancia en Santander, se trasladó a Badajoz para cumplir el servicio militar. Fue destinado, como soldado médico, al Hospital Militar de Badajoz, donde trabajó como médico interno y se hizo cargo del servicio de Traumatología. Allí siguió sirviéndose de la radioscopia para la reducción de fracturas, extracción de cuerpos extraños, y para las diversas operaciones que debía efectuar. Al término del servicio militar se incorporó a la Residencia Sanitaria de la Seguridad Social de Badajoz, en el servicio de Traumatología, donde permaneció hasta 1962. Fueron seis o siete años de trabajo a pleno ritmo, en los que llevó a cabo todo tipo de intervenciones de cirugía general y de traumatología.
En 1962 se trasladó a Almendralejo (Badajoz), donde trabajó hasta 1980 como Director Médico y Jefe de Cirugía General y Traumatología de un hospital regentado por Religiosas Mercedarias. En este hospital realizó toda clase de operaciones quirúrgicas y siguió utilizando la radioscopia en quirófano, aunque con menos intensidad que en los años precedentes. Dejó de hacerlo sólo en 1982, cuando comenzó a desarrollar su actividad profesional en un Centro de Asistencia Sanitaria de la Seguridad Social en Zafra (Badajoz).
Las primeras lesiones de radiodermitis crónica aparecieron en 1962, el mismo año en que contrajo matrimonio. Su mujer, licenciada en Filosofía y Letras y enfermera especializada en quirófano, recuerda perfectamente que ya entonces su marido presentaba una caída del vello del dorso de los dedos de ambas manos, junto con alguna pequeña placa de eritema, sobre todo en los dedos centrales de la mano izquierda, lesiones que corresponden a la primera fase de la radiodermitis antes descrita. Aunque los dos conocían el origen de esas alteraciones, no les concedieron entonces gran importancia.
Las lesiones de las manos evolucionaron en el curso de los años, con síntomas propios de la segunda fase de la enfermedad: eritemas de variada intensidad, hiperqueratosis, lesiones verrucosas, ulceraciones de diversos tamaños. A pesar de todo, como ya se ha señalado, hasta 1982 siguió utilizando la radioscopia en el quirófano. Se ha realizado un estudio de las radiaciones absorbidas por las manos del Dr. Nevado en su larga actividad profesional. Al llevar a cabo dicho estudio, los especialistas, sobre la base de las declaraciones del interesado y de otros testigos, teniendo en cuenta además las características técnicas del aparato utilizado (la famosa "bola de Siemens"), han llegado a la conclusión de que entre 1955 y 1962, en la Residencia de la Seguridad Social de Badajoz, el Dr. Nevado recibió, cada año, una dosis siete veces superior al límite anual que hoy se considera el máximo permitido para personal profesionalmente expuesto a los rayos X.
Las consecuencias de esta intensa exposición se hicieron notar, sobre todo, en los años siguientes: ya se ha dicho que la radiodermitis es una enfermedad de evolución lenta. En 1982, las lesiones que presentaba en las dos manos le provocaban intensas molestias y dolor vivo y agudo al roce. Sor Carmen Esqueta, religiosa Mercedaria de la Caridad, trabajó a su lado como enfermera de quirófano: de 1962 a 1967 en el hospital de Almendralejo; y más tarde, a partir de 1988, en el hospital de Zafra. Su testimonio es muy valioso, ya que se refiere a dos épocas de la vida profesional del Dr. Nevado, separadas por un arco de veinte años. La religiosa recuerda cómo las manos del traumatólogo fueron cambiando de aspecto: irritaciones cutáneas, pérdida de sensibilidad, eczemas, y por fin ulceraciones. "Llegó el momento —recuerda— en que no le era posible lavarse las manos,como hacen los cirujanos antes de las operaciones, con buenos detergentes y frotando con cepillos. Además, los cirujanos suelen ponerse los guantes de goma con talco en su interior. El Dr. Nevado, en esta etapa a la que me estoy refiriendo, no toleraba tampoco el talco. Se colocaba unos guantes esterilizados de lino y, sobre ellos, los de goma".
Las molestias llegaron a ser tan intensas, que hacia 1984 ó 1985 se vio obligado a dedicarse sólo a cirugía menor, que por su naturaleza requiere unas exigencias asépticas menos rigurosas. Aun así, en 1992 tuvo que suspender incluso estas pequeñas intervenciones, que no estaba en condiciones de llevar a cabo por el mal estado de sus manos. Escuchemos el testimonio de su esposa, que le sirvió como ayudante de quirófano durante bastante tiempo:
"El período álgido de la enfermedad tuvo lugar unos meses antes de noviembre de 1992, en que ya tuvo que suspender las intervenciones quirúrgicas. Pero ya haría más de un año que sufría de ulceraciones y piel discontinua con heridas. Las úlceras estaban localizadas en los dedos; la del dedo medio ocupaba toda la falange central (...), era muy profunda, de carácter "tórpido". Ya antes de las úlceras fue preciso usar vendajes para las operaciones quirúrgicas. Mi marido tenía el convencimiento de que (...) su enfermedad erra irreversible y suponía el fin de su especialidad quirúrgica".
La progresión de las lesiones, a las que en un primer momento no había dado mucha importancia, fue preocupando cada vez más al paciente, pues temía verse obligado a dejar la actividad profesional. Sin embargo, como suelen hacer los médicos cuando se trata de una enfermedad propia, no acudió nunca de modo formal a la consulta de un colega. Comentó su situación con dos amigos médicos, uno de ellos dermatólogo, que le examinó varias veces y siguió la evolución de las lesiones. En otra ocasión, hablando de pasada con el catedrático de Dermatología de la Universidad de Extremadura, este profesional se ofreció a extirparle las lesiones y hacerle un injerto de piel; además, le manifestó su opinión de que, de lo contrario, corría el riesgo de tener que sufrir más adelante alguna amputación. El mismo consejo le dio su hijo, médico anatomopatólogo; le respondió afirmativamente, pero dio largas al asunto.
Otro dermatólogo amigo suyo que seguía la enfermedad, declaró en el proceso: "En el año 1992, cuando yo observé las manos del Dr. Nevado, en la fiesta de San José (19 de marzo), la enfermedad aparecía con tumoraciones verrucosas, que desde el punto de vista clínico eran carcinomas epidermoides (...). No sólo había sospecha de la posible aparición de un cáncer epidermoide, sino que estoy seguro de que lo tenía. Aunque no se hizo biopsia para confirmar este diagnóstico, mi experiencia clínica me dice que no había duda de que existía tal tumoración cancerosa".
A la vista de la descripción clínica hecha por estos profesionales y por el mismo interesado, los pareceres de los médicos que han estudiado el caso son concordes. El Dr. Nevado, en el año 1992, había sufrido ya una degeneración cancerosa de su enfermedad de la piel. Se hallaba en la tercera fase de la radiodermitis.
Llegamos así al momento de la curación. El enfermo parecía resignado a las posibles consecuencias fatales de la enfermedad, pero había decidido no hacer nada; así lo reconoció en el curso del proceso canónico, sin más explicaciones. Al mismo tiempo, no oculta que comenzó a tener miedo de que se produjesen metástasis del presunto cáncer.
La curación
A principios de noviembre de 1992, el Dr. Nevado hizo un viaje a Madrid, para solicitar algunas aclaraciones en el Ministerio de Agricultura. Quería conocer la situación en que quedarían los viñedos después de las últimas disposiciones de política agraria de la Comunidad Europea, ya que la familia posee algunos campos de vides y deseaba saber si era más conveniente dedicar la tierra a otro cultivo.
Como el encargado del sector no se encontraba presente en aquellos momentos, el Dr. Nevado fue atendido por otro ingeniero agrónomo. Después de hablar del tema y de facilitarle fotocopias de unos reglamentos que le podrían ser útiles, el funcionario se dio cuenta de que su visitante tenía las manos, y sobre todo los dedos, "como en carne viva". Se interesó por esa circunstancia, y el Dr. Nevado le comentó que padecía una enfermedad crónica e irreversible, causada por la exposición prolongada a la acción de los rayos X. Le dijo también que llevaba ya cinco meses sin poder operar, pues las lesiones ulcerosas de las manos le provocaban muchas molestias.
"Con los mejores deseos de poderle ayudar en algo —escribe el ingeniero—, le ofrecí una estampa con la oración al Fundador del Opus Dei, Josemaría Escrivá de Balaguer, beatificado hacía unos meses y le invité a que se pusiera bajo su protección y le encomendara la curación de sus manos. Aceptó la estampa de buen grado, agradeció mi interés y nos despedimos después de intercambiar nuestras tarjetas".
El Dr. Nevado, entre sorprendido y agradecido, refirió a su mujer este suceso, y no volvió a hablar más del asunto. Sin embargo, enseguida comenzó a pedir la gracia de la curación por intercesión del Beato Josemaría. Comenta: "Lo hice desde aquel momento y, unos días después —sería a fines de noviembre o principios de diciembre— hice un viaje a Viena para asistir a una reunión médica. Allí me impresionó mucho encontrarme en todas las iglesias que visité, estampas del Beato Josemaría. Esto me sirvió para invocar más su intercesión, tal como me habían recomendado. Yo rezaba informalmente, me encomendaba a su intercesión, sin ceñirme al rezo literal de la estampa. Pero también la recé algunas veces".
Efectivamente, el 12 de noviembre de 1992, casi a las dos semanas del viaje a Madrid, el Dr. Nevado marchó a Viena, donde asistiría a un congreso médico. Su mujer, que le acompañaba, recuerda cuánto les llamó la atención ver estampas con la efigie del Fundador del Opus Dei en varias iglesias de Viena, y libros del beato Josemaría a disposición de los fieles.
"Nos sorprendió mucho, tanto a mi marido como a mí —dice su mujer—, encontrar tantas estampas del Beato Josemaría en todas las iglesias que visitamos, y comentamos sobre la universalidad de su devoción; me parece que hicimos también algún comentario sobre el escaso aprecio que nosotros le hacíamos en España, teniéndole tan cerca, frente a lo que destacaba la extensión de su devoción".
Es indudable que este viaje a Viena avivó la fe con que el enfermo se encomendaba desde unos días antes a la intercesión del Beato Josemaría. Al regreso de Austria, siguió invocando al Fundador del Opus Dei. Y concluye: "Desde el día en que me dieron la estampa, desde el momento en que me puse bajo la intercesión del Beato Josemaría Escrivá, las manos fueron mejorando y aproximadamente en quince días desaparecieron las lesiones y se quedaron como ahora, perfectamente curadas".
Una curación perfecta y duradera, para seguir trabajando
Sólo las personas más cercanas al Dr. Nevado estaban al tanto de la gravedad de las lesiones que sufría en las manos. Además de la mujer e hijos, los médicos amigos que le habían examinado y quienes le ayudaban habitualmente en el quirófano. El interesado afirma: "No me las veía mucha gente porque me avergonzaba de que las vieran y hacía lo posible por ocultarlas". La esposa observa: "No ocultaba su enfermedad, pero tampoco hacía manifestaciones de la misma. No se hicieron fotografías de sus manos. Tampoco se aplicó tratamiento específico alguno; únicamente suavizantes para la piel o antisépticos para las heridas".
De igual modo, la noticia de la curación no trascendió fuera de ese ámbito reducido de personas. Tal reserva —habitual en él— explica que, por ejemplo, una de las enfermeras que le ayudaba en el quirófano se diera cuenta con sorpresa de que había sanado sólo cuando lo vio en la sala operatoria, a principios de 1993, cuando retornó al ejercicio de la profesión. "Desde el pasado mes de enero ha vuelto a operar —cuenta esta persona— y me ha correspondido ayudarle como instrumentista. Al verle operar me sorprendí gratamente, porque habían cicatrizado totalmente las importantes ulceraciones que antes presentaba y, a simple vista, no se observa ya ninguna anormalidad en la piel del dorso de las manos. No le he preguntado cómo había curado de una afectación tan importante que ha tenido durante tantos años".
Sin embargo, el Dr. Nevado no se olvidó de aquel ingeniero agrónomo que había puesto en sus manos la estampa del Beato Josemaría. Como habían intercambiado las tarjetas de visita, le llamó por teléfono algunos días antes de Navidad de 1992. Esta persona declara: "Me comunicaba, lleno de alegría, que las lesiones de sus manos habían desaparecido completamente. Atribuía su curación a la intercesión del Beato Josemaría Escrivá de Balaguer. Me comentó que, en su opinión (...) la curación no tenía explicación médica alguna.
"En esa conversación telefónica —continúa el ingeniero— me dijo también que, en un principio, cuando le facilité la estampa del Beato Josemaría, no tenía mucha fe en la eficacia de su oración. Pero que fue aumentando durante un viaje que hizo con su mujer a los pocos días a Viena. En Viena asistía a diario a la Santa Misa en distintas iglesias; comprobó que, tanto en la Catedral, como en otras varias iglesias, había gran número de estampas del Beato Josemaría en diversos idiomas. Al comprobar entonces la extensión universal de la devoción al Fundador del Opus Dei, aumentó su fe en él y comenzó a pedirle su curación, convencido de que podría conseguirla del Señor".
Se pudo entonces llevar a cabo un estudio preliminar que desembocaría, un año más tarde, en la instrucción del proceso canónico por parte de la diócesis de Badajoz.
Después de profundos y reiterados exámenes, los miembros de la Consulta Médica de la Congregación para las Causas de los Santos han reconocido unánimemente que se trata de una curación completa y permanente, una verdadera restitutio ad integrum, es decir, con regeneración de tejido sano en el lugar donde había piel enferma y cancerizada. Como se ha señalado al principio de estas líneas, la literatura médica no registra ningún caso semejante.
La curación ha sido tan perfecta, que ahora el Dr. Nevado puede cepillarse y lavarse los dedos antes de realizar una intervención con absoluta normalidad, utilizando los fuertes productos desinfectantes (tintura de yodo, etc.) que se usan en estas ocasiones, sin sufrir la menor molestia o lesión. Además, cuando en alguna ocasión se ha herido accidentalmente con algún instrumento, las heridas han cicatrizado sin dejar rastro, como en una persona absolutamente sana. Ha podido volver, lleno de alegría, al ejercicio de la profesión que se había visto obligado a abandonar. "No le han quedado secuelas que le impidan el ejercicio de la profesión —atestigua su esposa—, ni lesiones cicatriciales; tampoco deficiencias de tipo neurológico (fuerza, sensibilidad, motricidad, etc.)".
El Dr. Manuel Nevado está muy agradecido al Beato Josemaría por el gran milagro que le ha alcanzado de Dios. Él mismo interpreta su curación del siguiente modo: "Veo una indudable coherencia entre lo que me ha sucedido y el mensaje espiritual del Beato Josemaría: yo, antes, apenas lo conocía, pero después he ido leyendo sus obras y he quedado muy impresionado por su predicación, centrada en el valor santificante del trabajo. Toda mi vida la he dedicado a trabajar, poniendo mis conocimientos y todas mis fuerzas al servicio de los que sufren. Mi curación no la interpreto como un premio, sino como una responsabilidad: una llamada a trabajar más"
PRESENTACIÓN
Un tumor del tamaño de una naranja
Se había quedado ciego
Pudo seguir con su vocación
Ya come sin dificultad
Un atentado y un cáncer
No podía tener más hijos
No hizo falta amputar
Una claridad tremenda
Dejó las muletas al cabo de diez años
La fe de una madre
Desapareció sin dejar rastro
Una pesadilla que duró once horas
No perdió la mano
Un "imposible" llamado Josemaría
En estado terminal
Sucedió en una noche
Le daban tres meses de vida
Las manos de un cirujano