Vocación de San Josemaría

Entrevista sobre el fundador del Opus Dei. Álvaro del Portillo

–El Padre atribuía a su condición de aragonés la franqueza y la sinceridad de su modo de ser, y la constancia y la perseverancia en los propósitos.

–Son características que tuvo desde su infancia. Le he oído contar en algunas ocasiones que se ponía colorado de pequeño cuando oía hablar de los escribas y fariseos, y lo mismo le pasaba a su hermana Carmen. La explicación es sencilla: muchas personas escribían el apellido de los Escrivá con "b", ya que en España la "b" y la "v" se pronuncian igual; por eso cuando sus compañeros de colegio oían hablar de los escribas, miraban con una sonrisa a los Escrivá. El vicio de la hipocresía y el fingimiento no podían ser más diametralmente opuestos al modo de ser del Padre. Debo añadir que, aunque hablaba con frecuencia de sus defectos infantiles, nunca se refería a sus virtudes o éxitos. Nunca me dijo, por ejemplo, que había recibido un premio de aplicación y conducta en sus años de escuela primaria. Me he enterado después de su muerte, al consultar los boletines diocesanos.

–El Fundador fue un alumno brillante ya desde el bachillerato, que inició en Barbastro y terminó en Logroño, a donde se trasladó la familia en 1915, tras la quiebra de la empresa comercial del padre. Don José Escrivá, que había cargado generosamente con las consecuencias del mal comportamiento de un socio, encontró un nuevo empleo en un negocio de tejidos de Logroño. La familia tuvo que adaptarse al nuevo tenor de vida llevando con mucho señorío las iniciales estrecheces. Sin duda, el joven Josemaría debió de tener presentes las necesidades familiares antes de madurar su propia vocación profesional.

–Quería ser arquitecto. Le movían a esta elección sus aficiones artísticas y humanísticas, así como su aptitud para las matemáticas y el dibujo. En aquel tiempo, los alumnos que recibían la máxima calificación –"Sobresaliente con premio", según la terminología de la época–, se sentaban en la primera fila de la clase y tenían que contestar a las preguntas del profesor que no hubiesen podido responder otros alumnos menos preparados. Josemaría ocupó el primer banco en álgebra y trigonometría de cuarto y quinto de bachillerato, además de en literatura.

Sus padres estaban contentos con su orientación, aunque don José Escrivá a veces tomaba el pelo a su hijo, diciéndole que sería "un albañil distinguido".

Como todas las madres, también doña Dolores estaba atenta a las amistades del hijo adolescente y le daba un consejo que el Padre me ha contado, divertido, más de una vez. Hablándole de la elección de una futura esposa –nada hacía prever que no fuese a casarse–, su madre le decía: "Josemaría, ni guapa que encante, ni fea que espante".

–Pero las cosas discurrieron de modo muy diverso...

–El Padre comenzó a barruntar el Amor –usó siempre esta frase– en un momento bien preciso.

Entre finales de diciembre de 1917 y comienzos de enero de 1918 cayó una nevada tan fuerte en la región de Logroño que, según la crónica del periódico local, La Rioja –sustituido en los años cincuenta por otro diario, La Nueva Rioja–, las precipitaciones duraron todo el mes, varias personas murieron de frío, las temperaturas descendieron hasta los dieciséis o diecisiete grados bajo cero, se cortaron las comunicaciones, etc. Una mañana Josemaría vio sobre la nieve las huellas de los pies descalzos de un carmelita. Brotó en su alma, inmediatamente, una profunda inquietud y se preguntó: "Si otros hacen tantos sacrificios por amor de Dios y por el prójimo, ¿yo no voy a ser capaz de ofrecerle nada?" Comenzó entonces a advertir, con seguridad absoluta, que el Señor le pedía algo, y como no sabía qué era, poco tiempo después empezó a dirigirse al Señor con la súplica del ciego Bartimeo: Domine, ut videam!, o bien, Domine, ut sit!; y también, recurriendo a la Santísima Virgen para que se cumplieran en su vida los designios de Dios: Domina, ut videam!, Domina, ut sit!

Intensificó su vida de piedad y de oración, acudió diariamente a la Misa y a la Comunión. Como fruto de esta entrega intuyó que si se hacía sacerdote estaría mejor preparado para comprender lo que el Señor quería de él. Decidió entonces entrar en el Seminario de Logroño como alumno externo. Sus padres no se opusieron, aunque aquella decisión modificaba radicalmente los planes familiares. Don José Escrivá llevó a su hijo a hablar con don Antolín Oñate, abad de la Colegiata de Logroño, un santo sacerdote que era una verdadera institución en la ciudad, y que alentó la vocación del muchacho.

 
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