Viajes por Andalucía y Portugal

Índice. Biografía de San Josemaría. Tomo II. Andrés Vázquez de Prada

A poco de ordenarse los tres primeros sacerdotes, don Josemaría les dio unas instrucciones, a las que debían atenerse en sus viajes apostólicos. Tales advertencias eran un conciso sumario de los medios y fines sobrenaturales que nunca habían de perder de vista, junto con algunos otros consejos prácticos |130|. De acuerdo con aquellas instrucciones de viaje, procuraban saludar cuanto antes al Prelado de la diócesis y charlar con los sacerdotes conocidos del pueblo o ciudad que visitaban.

A lo largo de toda esta historia, se ha visto que gran parte del esfuerzo apostólico del Fundador se dirigía a los jóvenes universitarios. De manera que nada tiene de extraño que las ciudades donde rendían viaje fuesen, en la mayoría de los casos, capitales de provincia con Universidad y con Sede episcopal. Y comprender la razón de estos datos es comenzar a entender algunas de las características apostólicas en los inicios de la expansión del Opus Dei. Es decir: la idea de servicio a las diócesis, por una parte, y, de otro lado, el comienzo del apostolado, principalmente con personas de mayor formación cultural.

El celo apostólico había empujado a don Josemaría, ya desde 1928, a romper brecha con quienes tenía alrededor, que eran gente muy variada: menestrales, obreros y profesionales. Pero, de modo preferente, se dedicaría a los jóvenes estudiantes universitarios, orientando desde un principio sus afanes al apostolado de la inteligencia |131|. Además de la promesa de su juventud, resultaban ser más maleables interiormente, y con menos prejuicios. Se mostraban también más generosos. Todo esto había que tenerlo en cuenta, forzosamente, a la hora de predicar un mensaje que chocaba con hábitos e ideas consolidadas durante siglos. De este hecho dejó constancia en Camino: La juventud da todo lo que puede: se da ella misma sin tasa |132|.

Las dos características mencionadas —servicio y obediencia a la Jerarquía eclesiástica, y apostolado con gente profesional— aparecen recogidas en los primeros documentos jurídicos referentes al Opus Dei, cuando se señala como uno de los fines específicos de la institución su influjo eficaz entre los intelectuales, que son elementos rectores de toda sociedad |133|. Allí se menciona también su servicio a la Iglesia y su filial obediencia a los Obispos.

La labor apostólica en ciudades con Universidad o Escuelas Técnicas de Ingeniería creció a ojos vistas. No se había cumplido aún el primer aniversario de la ordenación de los primeros sacerdotes, cuando era ya patente la solidez de los fundamentos y el rápido desarrollo de la labor por el centro y norte de España. No tanto por el sur, donde no se habían abierto todavía centros de la Obra |134|. Don Josemaría decidió, pues, hacer un viaje por Andalucía para hablar detenidamente con los Obispos acerca del Opus Dei. Llevaba don Josemaría el propósito firme de ensanchar el campo de actividades apostólicas instalando dos residencias universitarias, una en Sevilla y otra en Granada; y esperaba impulsar los nacientes apostolados que ya desarrollaban fieles de la Obra en algunos otros lugares del sur de España |135|.

Fijaron la salida de Madrid para el martes de la Semana Santa de 1945. Acompañarían al Padre don José Luis Múzquiz, que, como sacerdote, venía haciendo últimamente viajes por aquellas provincias; y Ricardo Fernández Vallespín, arquitecto, y Jesús Alberto Cagigal, para poder tener de inmediato un informe técnico sobre la posible conversión en residencias universitarias de las casas que pensaban visitar. Viajarían en automóvil |136|. El conductor, excelente mecánico, era un hombre bondadoso y reposado. Se llamaba Miguel Chorniqué y llevaba por esas fechas dos años conduciendo el coche que utilizaban el Padre y los mayores de la Obra. Ese servicio se hacía imprescindible, a causa de las dificultades e inconvenientes del transporte público, por carretera o ferrocarril. Había que pensar, sobre todo, en las muchas visitas y en los desplazamientos urgentes e ineludibles, impuestos por el desarrollo de la Obra. Se hizo, pues, necesario adquirir un coche. Cuando se contrató a Miguel disponían de uno provisto de gasógeno. (Por aquellos días la gasolina estaba racionada y los automóviles, al menos durante parte de la Segunda Guerra Mundial, se movían gracias a unas calderas instaladas en la parte de atrás del coche, donde se quemaba leña de encina para obtener el gas carburante). Al cabo de unos meses el Padre y su conductor habían corrido juntos, por aquellas destrozadas carreteras españolas, riesgos inverosímiles. Y eran tales y tantos los accidentes de que habían salido ilesos que, de allí en adelante —testimonia Miguel Chorniqué— «tuve el convencimiento de que yendo con el Padre en el coche no pasaba nunca, ni podía pasarnos, nada» |137|.

El 27 de marzo de 1945, con un sol espléndido, partieron de mañana por la carretera de Extremadura. Miguel iba al volante del Studebaker. El Padre y don José Luis venían cantando en el coche desde que se alejaron de la capital. Avistaron luego la Sierra de Gredos, con sus cumbres nevadas. En Trujillo —palacios y casas de conquistadores, piedra austera y noble— pararon a comer. Se detuvieron en Mérida. Quería el Padre que los arquitectos estiraran las piernas y viesen las ruinas romanas y el museo arqueológico de la ciudad. De nuevo en el coche, cruzaron las tierras rojas de Barros: viñedos, olivares y campos labrantíos.

Anochecía al llegar a Sevilla. Entre un apretado gentío, que iba o venía de ver las procesiones, cruzó el coche el puente de Triana. Se dirigieron a Casa Seras, donde les esperaban algunos miembros del Opus Dei. En ningún sitio había plazas, por los muchos visitantes de la Semana Santa. Así y todo, consiguieron unas habitaciones en el Hotel Oromana de Alcalá de Guadaira, pueblo vecino a Sevilla. Pero antes de irse a Alcalá se sumaron a la muchedumbre que, de noche, esperaba ver el desfile de una de las procesiones. Pensando en lo sucedido esa noche sevillana de Martes Santo, se le encendería la memoria al Fundador no pocas veces al contemplar una imagen de Santa María.

Traían en procesión un "paso", precedido por doble fila de penitentes encapuchados. Lo llevaban a hombros. La imagen de la Virgen bajo un palio sostenido por varales de plata; a sus pies, un campo de flores y un centenar de cirios, que arrancaban refulgencias de sus joyas. El Padre lo contemplaba todo en silencio.

Estaba allí mirándola, y me puse a hacer oración... Me fui a la luna. Viendo aquella imagen de la Virgen tan preciosa, ni me daba cuenta de que estaba en Sevilla, ni en la calle. Y alguien me tocó así, en el hombro. Me volví y encontré un hombre del pueblo, que me dijo:

—Padre cura, ésta no vale ; ¡la nuestra es la que vale!

De primera intención casi me pareció una blasfemia. Después pensé: tiene razón; cuando yo enseño retratos de mi madre, aunque me gusten todos, también digo: éste, éste es el bueno |138|.

Al día siguiente, miércoles, examinaron algunas casas. Entre ellas la de Monteflorido, sita en la calle de Canalejas, y muy del gusto del Padre. Era céntrica. Estaba en excelentes condiciones para ser habitada. Su arquitectura era alegre y vistosa: a base de ladrillo claro, azulejos y mármol blanco; con ventanas y balcones de reja, y con hermoso patio jardín.

Por la tarde, el Padre y don José Luis fueron a ver al Cardenal Segura, que estuvo con ellos afectuoso y paternal. (Don Pedro Segura tenía una bien ganada reputación, confirmada con hechos, de hombre seco y austero). El jueves continuaron haciendo visitas. Ricardo Fernández Vallespín regresó a Madrid; y el resto de los viajantes salió por la tarde camino de Jerez. Pero antes de partir dio el Padre una clase de formación a un grupo de sevillanos. Fue muy breve y vibrante al comentar el evangelio del día, ameno en la charla e incisivo y exigente en el examen de conciencia.

Tomaron la ruta del sur. Por las calles de los pueblos que cruzaban era frecuente encontrarse ese día con alguna procesión popular y bulliciosa. Al no hallar habitación en los hoteles de Jerez prosiguieron hasta el Puerto de Santa María, donde creían haber dado, por fin, con un sitio tranquilo para descansar esa noche. Así era, efectivamente; hasta que a las dos de la madrugada se oyó por la calle vecina retumbo de tambores y estridencia de cornetas.

El Viernes Santo hizo el Padre varias visitas en Cádiz y, en primer lugar, al Sr. Obispo. Luego, rumbo a Algeciras; a la altura de los cerros de Tarifa se divisaba claramente la línea de la costa africana, al otro lado del Estrecho. Sin parar mientes en la belleza de la marina, el pensamiento del Padre voló al continente africano y se hizo queja en voz alta: ¿Será posible que el Estrecho sea una barrera para el Cristianismo? ¡cuánto hay que hacer! |139|.

Algeciras, Estepona, Marbella, Málaga. Justamente al llegar a Málaga se les estropeó el coche. Se vio el Padre con don Manrique, Secretario de Cámara, y con el Sr. Obispo. Visitó luego a un viejo amigo, don José Suárez Faura, y recordaron aquellos difíciles años en Madrid, cuando ambos dependían de la jurisdicción Palatina, extinguida en tiempos de la República. Al volver por la tarde a la catedral don Josemaría entabló conversación con un clérigo conocido. Inmediatamente se arremolinaron otros en derredor, viéndose encerrado en un corro de canónigos, a quienes la curiosidad tenía pendientes de los gestos y palabras del sacerdote forastero. (Como comentaría luego el Padre, observaban con atención, deseosos de ver al bicho) |140|.

La avería del Studebaker no era de mayor importancia. Hicieron noche en Antequera. El domingo de Pascua, primero de abril, celebró misa en los Trinitarios de Antequera. A mediodía estaban en Córdoba y, como venían haciendo ciudad tras ciudad, comenzaron el programa de visitas. Por la tarde, al acabar, fueron a las famosas Ermitas de Córdoba, un antiquísimo cenobio situado en la serranía próxima a la ciudad. Al viejo ermitaño que les enseñó el lugar le dio el Padre una limosna y aquél les repartió unas hojas con versos alusivos al sitio. Una de las poesías decía:

¡Muy alta está la cumbre!

¡La Cruz muy alta!

¡Para llegar al Cielo

cuán poco falta! |141|.

Muy bien le parecía al Padre esa vida eremítica, que admiraba, al tiempo que dejaba clara la necesidad de buscar la santidad donde el Señor llama a cada uno. Igual puede vivirse —les comentaba— en la Gran Vía de Madrid. A igual distancia se puede estar del cielo en la plaza de la Cibeles que en el pintoresco monte cordobés |142|.

En la misma ladera del monte, subidos a una gran peña, el Padre dirigió a don José Luis y a Jesús Alberto la meditación de la tarde. Cuando llegaron al hotel, don Josemaría se hallaba agotado. ¿Por el trajín del día o por un achaque de la diabetes? Difícil es saberlo, porque no se quejaba. Y, caso de preguntarle, es muy posible que su respuesta fuese la acostumbrada: El Padre está bien hasta diez minutos antes de su muerte. El que tiene que saber cómo está, ya lo sabe |143|.

El lunes por la mañana, en cuanto terminó el Padre sus visitas, salieron para Jaén. Olivares y más olivares, hasta donde alcanza la vista. En el Palacio episcopal les informaron que el Sr. Obispo se hallaba de viaje. Tomaron la carretera de Granada. Esa noche se hospedaron en un hotel de la Alhambra.

El martes, 3 de abril, celebró misa el Padre en una parroquia cercana al hotel. Aparte la visita al Sr. Arzobispo, Mons. Agustín Parrado, dedicaron el día a recorrer fincas urbanas que pudieran servir, convenientemente adaptadas, como residencia de estudiantes. Continuaron inspeccionando casas por la tarde; «pero al Padre —escribirá don José Luis en el diario de viaje de esos días— le gusta el Carmen de las Maravillas más que ninguna otra cosa. El acceso es malo, pero una vez allí hace verdaderamente honor a su nombre» |144|. Don José Luis y Jesús Alberto levantaron rápidamente un plano elemental de la distribución y medidas del interior del carmen, que era relativamente modesto y no estaba en muy buenas condiciones. Lo que sí podía calificarse de maravilloso era la vista, desde lo alto de una torrecilla, sobre la ciudad y la vega del río Genil.

Al igual que en Sevilla, Málaga y Córdoba, tuvo que hacer muchas visitas. A esas alturas, con sus cuarenta y tres años, don Josemaría había presenciado tantas cosas y tratado a tanta gente, que bien podía aplicarse a sí mismo lo que antaño pensaba de los Albás y de los Blanc: que la familia de su madre tenía conocidos hasta en Siberia |145|. En el caso del Fundador esto no sonaba a exageración. Para demostrarlo estaba esa larga lista de eclesiásticos, y no eclesiásticos, con los que se iba tropezando por toda Andalucía, en la mayoría de cuyos pueblos y ciudades no había puesto nunca los pies. (La excepción era aquel azaroso viaje desde Burgos a Córdoba, en busca de un alma a la que atender, en abril de 1938). Ahora, en esta su primera visita a Granada, se presentó de improviso en casa de los marqueses de las Torres de Orán, para darles una grata sorpresa. Y, ¿de qué iban a conversar sino de los recuerdos de aquella temporada de 1936-1937, que habían pasado encerrados en la Clínica del doctor Suils? |146|.

El día 4 celebró el Padre en la catedral de Almería. No fue posible ver al Sr. Obispo; y continuó viaje a Murcia. El Sr. Obispo de Murcia había caído enfermo. Tampoco pudieron verle. Pasaron por Orihuela. El Sr. Obispo de Orihuela se había ido a Alicante. Allí se encaminaron. Don Josemaría pudo localizar, por fin, a Mons. José García Goldáraz, Obispo de Orihuela, en el convento de los Franciscanos de Alicante.

El 5 de abril regresaron a Madrid por Elda, Almansa, Albacete y Quintanar de la Orden. El Padre, como en el recorrido de días anteriores, enseñaba a sus acompañantes la devoción al Santísimo Sacramento. De cuando en cuando se paraba para visitar una iglesia, haciéndoles notar, desde lejos, las torres de los campanarios para moverles a un acto de amor de Dios.

* * *

Una vez en Madrid, y habiendo realizado los trámites necesarios, se empezaron las obras de adaptación en las casas destinadas a futuras Residencias: en Granada, el Carmen de las Maravillas, nombre que se cambiaría luego por el de Residencia del Albayzín; y en Sevilla, el inmueble de la calle de Canalejas. Entrado el mes de agosto de 1945 tomaron posesión del Albayzín |147|. Después fueron llegando los primeros residentes; pero las obras de readaptación iban lentas. La instalación eléctrica, la fontanería, los desagües, y demás servicios, planteaban problemas |148|. Y, entre ellos, los de carácter financiero que, como se verá, cada vez se hacían más agudos.

Acababa de regresar el Fundador a Madrid de su tercer viaje a Portugal ese año de 1945 cuando, próxima la apertura del curso académico, don Josemaría envió una instancia al Sr. Arzobispo de Granada, Mons. Agustín Parrado, en carta fechada el 3 de octubre. En su primer párrafo le exponía que uno de los apostolados del Opus Dei era trabajar en la formación religiosa y profesional de los intelectuales, y que se proponía establecer una Residencia de Estudiantes en Granada, (Albayzín), de la que espera conseguir grandes frutos.

Se acompañaba un ejemplar del Reglamento por el que había de regirse la Residencia y, a tenor del canon 1265, se suplicaba del Sr. Arzobispo:

— La Bendición y aprobación de V.E., para esta labor de apostolado en la Residencia de Estudiantes.

— La concesión del Oratorio semipúblico con Sagrario para dicha Residencia |149|.

Por carta del 22 de octubre acusaba recibo don Josemaría del documento solicitado, e invitaba al Sr. Arzobispo a decir la primera misa en el oratorio de la Residencia:

Muy querido Señor Arzobispo:

Unas líneas, para agradecer a V. E. Rvma. todas sus bondades. Recibí el documento de concesión de oratorio y Sagrario —¡un Sagrario más!—: sólo falta que sea mi Señor Arzobispo quien deje a nuestro Señor en aquella casita del Albayzín. Eso irá a pedir a V. E., dentro de pocos días, Don José Luis de Múzquiz |150|.

Las obras del oratorio se retrasaron más de lo previsto. Transcurrieron cuatro semanas antes de que don José Luis Múzquiz suplicara al Sr. Arzobispo que, puesto que ya estaba dicho Oratorio preparado, se dignara dar las órdenes oportunas a fin de proceder a la erección canónica |151|.

El 23 de noviembre de 1945 se comunicaba oficialmente al solicitante que: «Vistos los precedentes instancia e informe, por el presente erigimos canónicamente el Oratorio semipúblico que se solicita, pudiendo tener reservado en el mismo el Ssmo. Sacramento» |152|.

La diligencia con que el Fundador se atenía a lo prescrito por los cánones y a lo decretado por la autoridad diocesana es claro exponente de su respeto a la normativa jurídica. Y las gestiones realizadas con ocasión del oratorio de la Residencia del Albayzín valen, ejemplarmente, para el resto de los oratorios. Pero no pararon ahí las instancias a la Curia archiepiscopal, porque el 30 de noviembre don Josemaría eleva dos nuevas peticiones. En una de ellas respetuosamente:

EXPONE que es costumbre laudable del OPUS DEI hacer mensualmente una vela de amor y reparación a Jesús Sacramentado, y a V.E.

SUPLICA se digne otorgar el oportuno permiso para que en todos los oratorios de las casas que la Obra tenga en esa archidiócesis de Granada, se pueda exponer solemnemente el Santísimo Sacramento en la noche del jueves al primer viernes de cada mes |153|.

En la segunda instancia, fechada también el 30 de noviembre de 1945,

EXPONE que es costumbre laudable de los Oratorios de las casas donde los socios del OPUS DEI desarrollan su labor apostólica, por amor al Señor muerto en la Cruz, besar la Cruz de Palo que siempre se coloca en los citados Oratorios. Y con el fin de aumentar nuestro amor y nuestra reverencia al Signo de nuestra Redención, a V.E.

SUPLICA se digne conceder indulgencia cada vez que devotamente se besare la Cruz de Palo de los Oratorios de las casas donde los socios del OPUS DEI desarrollan su labor apostólica, en esa archidiócesis, y se rezare alguna jaculatoria |154|.

En Sevilla las cosas marcharon más lisamente. El lunes, 10 de diciembre de 1945, hacían los últimos preparativos para recibir al Padre. Llegó en coche, acompañado de don José Luis Múzquiz, antes de comer. Esa misma tarde dirigió la meditación a un grupo de miembros del Opus Dei. Del oratorio salieron todos dispuestos a mejorar y ser muy santos, tal era la virtud de la gracia de Dios, que operaba a través de la palabra de don Josemaría.

El martes 11, después de la meditación de la mañana, el Padre les dijo misa: la primera misa en el oratorio de la Residencia Guadaira. Antes de distribuir la comunión dirigió unas palabras a los asistentes, animándoles a pedir al Señor, como los discípulos de Emaús, que sea nuestra luz y que se quede con nosotros |155|.

* * *

Tres veces estuvo don Josemaría en Portugal el año 1945. La primera en febrero, con ocasión de una visita al Sr. Obispo de Tuy, su buen amigo fray José López Ortiz. En un convento de Tuy se encontraba por aquel entonces Sor Lucia, la vidente de Fátima. El Prelado preparó el encuentro de la religiosa con don Josemaría. Entrevista que resultó providencial, pues Sor Lucia insistió y suplicó al Fundador que fuese a Portugal. El viaje estaba entre sus proyectos apostólicos, pero no a la sazón. En aquel momento no tenían siquiera pasaporte. Mas eso no fue obstáculo, porque con una llamada telefónica a Lisboa Sor Lucia obtuvo un permiso de entrada en Portugal para el Padre y sus acompañantes |156|.

El viaje que emprendieron el Padre y don Álvaro desde Madrid el 29 de enero, con breves estancias en Ávila, Salamanca, Valladolid, Palencia, León, Astorga y Orense, se alargó impensadamente por tierra portuguesas, a instancias de Sor Lucia. Acompañaron al Padre y a don Álvaro el Obispo de Tuy y su Secretario de Cámara, don Eliodoro Gil Rivera, que no era la primera vez que viajaba con don Josemaría desde el día que perdieron el tren en León, en julio de 1938 |157|. Al volante iba Miguel Chorniqué.

El 5 de febrero estaban en Oporto y saludaron al Sr. Obispo, Mons. Agostinho de Jesús Souza. Al día siguiente les invitó a almorzar Mons. José Alves Correia da Silva, Obispo de Leiría. Visitaron después el Santuario de Nuestra Señora de Fátima, que estaban terminando de construir. En Aljustrel, conoció el Padre a varias familias que habían tenido parte en los hechos históricos, y hasta se hizo una foto con la madre de Jacinta, una de las videntes. En Fátima encomendó el Fundador la futura labor apostólica en Portugal y fechó el prólogo a la cuarta edición de Santo Rosario: 6 de febrero de 1945.

El día 7 se entrevistó en Lisboa con el Cardenal Cerejeira, que estuvo muy afectuoso, pero que —al decir del Obispo de Tuy— «no entendió mucho la novedad de la Obra» |158|. Don Josemaría quedó con él en hablar más despacio sobre el Opus Dei en una próxima ocasión.

En Coimbra les recibió, a pesar de hallarse enfermo, Mons. Antonio Antunes. Como refiere Mons. López Ortiz, en contraste con su anterior comentario, el Sr. Obispo de Coimbra «fue todo efusión y cariño, y se manifestó muy dispuesto a ayudar. El Padre dispuso que se comenzara allí la labor» |159|.

Desde Coimbra hicieron el viaje de vuelta: Oporto, Tuy, Santiago de Compostela, Covadonga, Burgos, Valladolid |160|. El 14 de febrero estaban de vuelta en Madrid. A mediados de junio hizo el Fundador un segundo viaje de una semana a Portugal, acompañado de don Álvaro; y un tercero, también con don Álvaro, en la segunda mitad de septiembre de 1945 |161|.

En 1946 vivían ya en Coimbra, de modo estable, algunos fieles del Opus Dei; y en cuanto hallaron una vivienda apropiada, el Fundador solicitó del Sr. Obispo, don Antonio Antunes, permiso para tener oratorio con Sagrario.

He agradecido vivamente las dos cartas de Vuestra Excelencia Reverendísima —escribe al Obispo de Coimbra en mayo—, y las noticias que en ellas me da de los doctores españoles que se encuentran en Coimbra. Posteriormente habrá tenido el honor de saludar a Vuestra Excelencia el Profesor de la Universidad de Santiago Dr. López Rodó. Ya habrá tenido conocimiento Vuestra Excelencia de que, gracias a Dios, se ha encontrado en Coimbra una casa en alquiler. Y por esta razón agradeceré mucho que nos facilite el modelo del documento necesario para poder solicitar de Vuestra Excelencia Reverendísima el permiso para Oratorio semipúblico y Sagrario |162|.

* * *

El año 1945 fue de mucho movimiento para Miguel Chorniqué. El Padre se pasó todo el año viajando de ciudad en ciudad. El resultado fue una abundante siembra apostólica |163|. En uno de sus viajes por el norte de España, avisó desde San Sebastián a sus hijos de Bilbao que al día siguiente, 9 de octubre, estaría con ellos. Le esperaban, desde hacía algún tiempo, con impaciencia. Durante buena parte del verano habían estado trabajando en la instalación de la Residencia de Abando y por aquella fecha ultimaban los preparativos. De modo que, cuando se anunció la visita de don Josemaría, sus hijos sentían la satisfacción de haber hecho a conciencia los encargos y tener todo perfectamente acabado.

Venía el Padre acompañado de Álvaro del Portillo y de Pedro Casciaro. Tan pronto bajó del coche, y «apenas traspuesto el umbral —refiere un testigo—, echó una mirada en derredor y, dirigiéndose a Pedro, le dijo: saca tu agenda y apunta, por favor. En un momento descubrió el Padre quince o veinte cosas que no estaban bien terminadas» |164|.

Como todavía andaban de obras, pensó decir la primera misa en el oratorio, pero sin dejar al Señor en el Sagrario. El día señalado fue el 11 de octubre |165|. Y precisamente en mitad de la misa, un equipo de fontaneros armó un alboroto considerable con su trabajo. Las ventanas del oratorio daban al patio interior de la casa, cuyas cuatro paredes reforzaban el ruido de golpes y de cantos. Al llegar el momento de dar la comunión, el Padre se volvió a los asistentes y les dirigió unas breves palabras. El ruido que estaban haciendo los obreros no debería causarles distracciones —así entendió las palabras del Padre uno de los presentes—, porque en un ambiente de trabajo y actividad tenían que santificarse: «En medio del bullicio multiforme del mundo en el que estábamos —pues la Obra no nos sacaba de él—, nosotros habíamos de ser contemplativos, conscientes de la presencia de Dios en nuestra alma, como entonces estábamos de la presencia real de Jesucristo en el Sacramento» |166|.

A la inauguración de la residencia de Abando siguieron las de Guadaira y el Albayzín; y, a continuación, toda una red apostólica de centros y residencias por todas las capitales universitarias |167|. En algunos lugares, para empezar la labor; y, en otros casos, para ampliar el campo apostólico. (El Palau y La Clínica |168| de Barcelona; Rúa Nueva en Santiago; El Rincón de Valladolid; o el centro de la calle de Correo, en el casco viejo de Bilbao, entre otras sedes, no eran residencias universitarias).

Testimonio de los proyectos apostólicos de don Josemaría son las solicitudes enviadas a las autoridades eclesiásticas durante los primeros meses de 1946. El 31 de enero elevó una instancia al Sr. Arzobispo de Zaragoza, en la que exponía su deseo de desarrollar en la capital aragonesa la labor apostólica, como viene haciéndolo en las demás poblaciones universitarias de España, trabajando según sus fines específicos en la formación de intelectuales. Suplicaba, por tanto, que se otorgase la oportuna licencia para abrir una residencia de estudiantes |169|.

Con esa misma fecha —31 de enero de 1946— envió sendas solicitudes, en términos semejantes, a los Obispos de Oviedo |170| y Murcia |171|. Dos días más tarde hizo la petición al obispo de Coimbra |172|; y el 14 de febrero solicitó licencia para comenzar una Residencia en Santiago de Compostela |173|. Finalmente, con fecha del 4 de abril de 1946 suplica se le conceda oratorio semipúblico para el Rincón de Valladolid (calle Montero Calvo, 24), mientras se levanta el edificio para Residencia de Estudiantes |174|. La suerte que corrieron los mencionados proyectos fue varia. La Residencia Monterols de Barcelona no empezó a funcionar hasta la Navidad de 1948 |175|.

La expansión apostólica había pasado en Barcelona por distintas etapas. Dos años se cumplían de los famosos sucesos de 1941 cuando el Padre hizo un viaje a Barcelona y Zaragoza —25 a 28 de mayo de 1943— para dejar por vez primera al Señor en el sagrario del Palau |176|. Ese día siguieron sus hijos con emoción muy particular la meditación que les dio en aquel oratorio, donde celebró misa a continuación. Ahora, las palabras de don Josemaría tenían un claro timbre de optimismo sobrenatural: «a este primer sagrario le seguirán pronto unos cuantos más en Barcelona» |177|. El Señor, con su gracia, y precisamente por lo mucho que habían tenido que sufrir, multiplicaría los frutos que les reservaba en Barcelona. Era la hora de volver, con audacia, a hacer abiertamente apostolado. Atrás quedaba aquella triste etapa en que, para no echar más leña al fuego, les había aconsejado contener, en 1941, su afán proselitista. Al llegar el otoño ya funcionaba, además del viejo Palau, un piso en la calle de Muntaner, número 444 |178|. El siguiente salto de desarrollo en Barcelona fue la inauguración de la Residencia Monterols, para estudiantes, en el curso 1948-1949.

Al impulso apostólico dado por la Obra en España entre 1944 y 1946 hay que agregar el realizado fuera de sus fronteras, aunque las circunstancias históricas no fueran propicias ni antes ni después de la paz de 1945. En esos años habían recorrido diversos países de Europa y América, por razones profesionales, José María Albareda, Francisco Botella, José María González Barredo, José Orlandis, Juan Jiménez Vargas, Rafael Calvo Serer, etc. El Fundador tenía conciencia de que había llegado la hora de la expansión internacional.

Notas

130. En una agenda del año 1944 encontró don José Luis Múzquiz el siguiente guión de indicaciones hechas por el Padre:

Fin de los viajes: ayudar a la formación de los demás. Informar. Dirigir y fomentar los apostolados.

Medios: Oración: llevar a la oración el fin del viaje, las características de las personas, los problemas, los informes que haya que hacer.

Mortificación: cuidar el orden y el aprovechamiento del tiempo.

Vida interior: tener presencia de Dios, estar alegre, unido.

Y continuaba:

Cuidar la caridad, la corrección fraterna, la obediencia (seguir las indicaciones —no el parecer propio— es eficacia).

Normas, no a última hora.

Pobreza: sentido práctico.

A estas indicaciones generales se añadían otras, concretando todavía más:

Antes del viaje: pensar las advertencias que haya que hacer; repasar la correspondencia del último viaje y los encargos especiales que haya habido. Vibración especial que se haya de dar en el viaje.

Y se añadían una serie de advertencias prácticas: Avisar con tiempo; pensar si va a acompañarnos algún otro; pedir la bendición de viaje; no olvidarse de llevar las señas de la gente.

Durante el viaje había que hablar con el Director, con los demás de la Obra, con las personas que se tratan. Y había que visitar al Prelado, a los sacerdotes conocidos, a amistades, etc.

Después del viaje: dar cuenta del rendimiento espiritual propio, de los problemas y dificultades que se hayan presentado, hacer un informe, enviar notas, no olvidar los encargos, presentar las cuentas del viaje, etc. (José Luis Múzquiz de Miguel, RHF, T-04678/1, pp. 6-7).

131. Cfr. Camino, n. 978.

132. Ibidem, n. 30.

133. Cfr. Amadeo de Fuenmayor et al., ob. cit., Apéndice Documental 9, p. 516.

134. Desde octubre de 1943 algunos miembros de la Obra vivían en Sevilla en "Casa Seras", una residencia de la Escuela de Estudios Hispano-Americanos, dependiente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. El primer centro sevillano fue la Residencia de Guadaira de la calle Canalejas.

135. Cfr. José Luis Múzquiz de Miguel, RHF, T-04678/1, p. 46.

136. De dicho viaje existen dos relaciones. Una de José Luis Múzquiz de Miguel: RHF, D-15204-26; y otra de Jesús Alberto Cagigal Gutiérrez: RHF, D-15204-27.

137. Miguel Chorniqué Roncero, RHF, T-06433, p. 5. El coche era un Champion Studebaker, con matrícula de Bilbao: BI-13865.

«El Padre —refiere Miguel Chorniqué— era un trabajador incansable. No me explico cómo podíamos seguir el ritmo de su trabajo. En cuanto a desplazamientos se refiere, hacíamos trayectos inverosímiles por la distancia. D. Álvaro, que calculaba las medias de velocidad y el recorrido realizado, comprobó que los trayectos diarios más cortos eran de alrededor de 900 Kms. y los más largos de alrededor de 1.200. Hay que tener en cuenta que si hoy eso es mucho, en aquella época, con las dificultades de todo tipo que había, humanamente era una proeza. Un día leímos en el periódico que con motivo de una campaña electoral —quizá cerca del año 1950 teniendo en cuenta que Churchill se presentaba de nuevo después de haber perdido en 1945—, el famoso político inglés había recorrido 16.000 ó 17.000 Kms. en avión. No sé si fui yo o fue D. Álvaro quien comentó que ésos eran los kilómetros que nosotros habíamos hecho, en el mismo periodo de tiempo, pero en automóvil. Al Padre le hizo mucha gracia esta coincidencia.

Los viajes, por su duración, terminaban muy avanzado el día o empezaban muy temprano. El Padre rara vez dormía en el coche» (ibidem, p. 7).

138. AGP, P04 1972, p. 422.

139. RHF, D-15204-26.

140. Cfr. ibidem; cfr. también: José Luis Múzquiz de Miguel, RHF, T-04678/1, p. 75. En Diego de León recibía el Padre muchas visitas, por diversos motivos. Algunas, las de quienes querían conocer al Fundador, movidos por una insana curiosidad, las evitaba, porque —decía— lo único que quieren es ver al bicho; cfr. Francisco Ponz Piedrafita, Mi encuentro con..., ob. cit., pp. 102-104.

141. Antonio Fernández Grilo, Las Ermitas de Córdoba.

142. RHF, D-15204-27.

143. Ignacio Echeverría Recabeitia, RHF, T-05855, p. 13.

144. RHF, D-15204-26.

145. Apuntes, n. 1476, del 10-I-1938.

146. Cfr. Carmen Peñalver Gómez de las Cortinas, Marquesa de las Torres de Orán, RHF, T-05090, p. 3. El Fundador solía felicitar las Navidades a los Sres. Marqueses de las Torres de Orán; cfr., por ejemplo, Carta a Manuel María Fernández de Prada y Vasco, Marqués de las Torres de Orán, desde Madrid, en EF-441225-7.

147. Cfr. RHF, D-00074-19 (Diario de la Residencia del Albayzín); y Carta a Mons. Manuel Hurtado y García, desde Madrid, en EF-450821-1; sobre la Administración: Cartas a sus hijas de Bilbao y del Centro de Los Rosales, de Villaviciosa de Odón, desde Granada, respectivamente, en EF-460124-1; EF-460124-2.

148. Cfr. RHF, D-00074-19.

149. La instancia lleva fecha del 2 de octubre de 1945. Los otros documentos: carta, Reglamento de la Residencia, etc.: Carta a Mons. Agustín Parrado García, desde Madrid, en EF-451003-2; RHF, D-15434 y D-15166.

150. Carta a Mons. Agustín Parrado García, desde Madrid, en EF-451022-1.

151. La instancia está datada en Granada, 20 de noviembre de 1945. Cfr. Diario de la Residencia del Albayzín: AGP, Sec. N.3, leg. 074-19; y RHF, D-15434.

152. Ibidem; y Registro oficial de la Curia: Reg. lib. 1 B, n. 807 y 1037.

153. RHF, D-15160.

154. RHF, D-15161. Se concedieron 200 días de indulgencia por besar la Cruz de palo: cfr. Reg. lib. 1.B, n. 1081.

155. Cfr. Diario de la Residencia de Guadaira: AGP, Sec. N.3, leg. 137-27.

156. Veinticinco años más tarde recordaba el Fundador los pormenores de ésta su primera entrevista con Sor Lucia:

La traté con sequedad, porque sabía que era una santa, y no sólo no se enfadó, sino que volvió para decirme que el Opus Dei tenía que ir a Portugal. Le contesté que no teníamos pasaporte, pero ella respondió: eso lo arreglo yo enseguida. Llamó por teléfono a Lisboa y nos consiguió un documento para pasar la frontera.

No hablamos para nada de las apariciones de la Virgen; nunca lo he hecho. Es una mujer de una humildad maravillosa. Siempre que la veo, le recuerdo que tiene una buena parte en el comienzo de la Obra en Portugal (Apuntes de una tertulia del 27-III-1970: cfr. AGP, P01 1981, p. 1362).

Y sobre esta conversación que mantuvo don Josemaría con Sor Lucia, cuenta Mons. José López Ortiz: «Entre otras cosas, le dijo más o menos: Sor Lucia: con todo lo que hablan de usted y de mí ¡si encima nos vamos al infierno...! Me contó el Padre que Sor Lucia se quedó pensativa y le dijo con gran sencillez: "Verdaderamente, tiene usted razón". Josemaría se puso muy contento al comprobar su humildad» (José López Ortiz, en Testimonios..., ob. cit., p. 236).

Cfr. también: Álvaro del Portillo, Sum. 875; Alberto Cosme do Amaral, Sum. 6791.

157. Cfr. Eliodoro Gil Rivera, Sum. 7748.

158. José López Ortiz, en Testimonios..., ob. cit., p. 237.

159. Ibidem.

160. Cfr. Álvaro del Portillo, Sum. 857.

161. Cfr. Álvaro del Portillo, Sum. 627; también: Cartas al P. Nicolás García, C.M.F., en EF-450908-1; a Mons. Manuel Gonçalves Cerejeira, en EF-450913-1; y al Rev. Urbano Duarte, en EF-451105-1, todas desde Madrid.

162. Carta, desde Madrid, en EF-460521-1. La petición de venia al Sr. Obispo para abrir un centro en Coimbra como Residencia de Estudiantes, la hizo el Fundador desde Madrid, el 2 de febrero de 1946 (cfr. RHF, D-15174).

163. Cfr. Álvaro del Portillo, Sum. 627.

164. José Ramón Madurga Lacalle, RHF, T-05848, p. 70.

165. Cfr. RHF, D-15433. No se pudo tener al Señor Sacramentado hasta dos meses más tarde.

El Padre estaba pendiente y deseoso de que el Señor presidiera aquella casa, como se ve por la correspondencia con sus hijos de Bilbao. En la carta que escribe a sus hijas en el mes de noviembre se transparenta su impaciencia: ¿Ya tenéis Sagrario?: hacedle mucha compañía (Carta a sus hijas de Bilbao, desde Madrid, en EF-451117-1). Y a sus hijos les pregunta: ¿Cuándo tendréis al Señor en ese Sagrario? Yo también tengo muchos deseos (Carta a sus hijos de Bilbao, desde Madrid, en EF-451128-1).

166. Federico Suárez Verdeguer, RHF, T-05253, p. 25.

167. Cfr. Javier Echevarría, Sum. 2208.

168. El piso de la calle de Muntaner se conocía familiarmente como "La Clínica", ya que en él vivían varios médicos.

169. El 8 de febrero de 1946 se había concedido ya la licencia por parte del Sr. Arzobispo (cfr. RHF, D-15167). El 24-X-1946 se solicita por el Fundador oratorio semipúblico con Sagrario, para la casa de Baltasar Gracián, 3; le fue concedido el 8-XI-1946 (cfr. RHF, D-15168); pero lo que hoy es Residencia de Miraflores tardó todavía algunos años en terminarse.

170. Cfr. RHF, D-15171.

171. Cfr. RHF, D-15172. El desarrollo de la labor apostólica en las Universidades de Murcia y Oviedo es posterior al de las demás capitales universitarias españolas.

172. Cfr. RHF, D-15174.

173. La concesión lleva fecha del 27 de febrero de 1946; cfr. RHF, D-15173. Se trata de la futura Residencia de la Estila. Ya al final del verano de 1944, el Fundador había encargado que se hicieran las gestiones oportunas para levantar una residencia de nueva planta.

174. Cfr. RHF, D-15170. Antes de construirse un edificio para destinarlo a Residencia, se abrieron otros centros para extender la labor apostólica con estudiantes. El 30 de abril escribe el Fundador: Acabo de llegar de Valladolid, y esta mañana dejé a Nuestro Señor en el Sagrario: es cosa hermosa, ¡uno más! (cfr. Carta a sus hijos de Roma, desde Madrid, en EF-460324-2).

175. El traslado a la Residencia de Monterols se efectúa, precisamente, con motivo de la cena de Nochebuena; cfr. diario de Monterols: AGP Sec. N, 3 leg. 172-14.

176. Cfr. Carta a sus hijos de Barcelona, desde Madrid, en EF-430508-1. El 25 de mayo el Fundador salió de Madrid en avión a Barcelona, y el día 27 se fue a Zaragoza, y de allí a Madrid; cfr. RHF, D-15200.

177. Francisco Ponz Piedrafita, Mi encuentro con..., ob. cit., p. 135.

178. Francisco Botella Raduán, RHF, T-00159, XI, p. 1.

 
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