Esplendor en el culto

PREGUNTA: Y es también conocido, en fin, que extremaba ese cuidado con cuanto se relacionaba con el culto divino.

Sancta sancte tractanda. Le he escuchado muchas veces estas palabras. Adquirían un significado profundo, que se traducía en la fe y solicitud con que trataba todo lo que directamente se refería al culto de Dios. Ese cuidado -nos insistía- es práctica del amor a Dios y práctica de la virtud de la pobreza.

Quería que los objetos litúrgicos se utilizasen sólo para lo que habían sido hechos; sin dejarse llevar por el perfeccionismo, ponía máxima diligencia en lo que es para el culto. Le gustaba recordar que en algunas Cortes -y mencionaba la de Inglaterra-, antes de las ceremonias de protocolo, se hace un ensayo y se utilizan los objetos con extremada atención. Añadía que con mucho más motivo hay que preparar las ceremonias que se refieren a Dios Nuestro Señor, aunque se repitan todos los días.

Siempre me ha sorprendido su reacción de dolor cuando, por ligereza o falta de consideración, se trataban con descuido los objetos litúrgicos. Le he visto llamar muchas veces la atención cuando las patenas se caían, los cálices se colocaban mal, o no se ordenaban bien los ornamentos.

He presenciado también la piedad y la unción con que limpiaba y conservaba los vasos sagrados, y cómo enseñaba a los sacerdotes a purificar los cálices y las patenas, para no rayar el dorado ni forzar la copa, para evitar abolladuras, y para que no se rompiera el vástago.

Animó a millares de sacerdotes a velar con especial afecto por la dignidad, la limpieza y la calidad de los retablos, de tal manera -les encarecía- que vuestros feligreses, o las personas que dependen de vuestra labor espiritual, vean a través de esas realidades vuestra fe, vuestro amor, vuestro enamoramiento del Señor.

El 2 de octubre de 1968 se hallaba en España, en una casa de retiros del sur de la Península llamada Pozoalbero. Por el aniversario, que coincidía con los cuarenta años de la fundación, se tuvo Bendición solemne con el Santísimo. Era un día bastante caluroso, y habían preparado unos ornamentos prestados, muy ricos, pero de mucho peso. Me preguntaron si era oportuno utilizarlos, y por el calor que hacía, sugerí emplear los habituales. Con su afán de desaparecer, Mons. Escrivá de Balaguer participó en la ceremonia escondido en un rincón. Al terminar, nos preguntó si no existían unos ornamentos mejores para estos días solemnes. Cuando le contesté que sí, y le expliqué el motivo de mi indicación, subrayó: me da alegría tu caridad, pero -en lo sucesivo- si no hay razón de verdadero peso, fomenta el esplendor en el culto: las molestias del calor en este caso eran mínimas, y todas las molestias serán siempre mínimas al lado de la generosidad que Él ha tenido y tiene con nosotros. No me lo olvides durante toda tu vida, y enséñalo a los demás: a Dios hemos de darle siempre lo mejor.

 
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