Dominus illuminatio mea et salus mea, quem timebo?

 

Indice: Memoria del beato Josemaría

PREGUNTA: Aunque acaba de mencionarlo, vale la pena reiterar la actitud de fondo de Mons. Escrivá de Balaguer, pues se siguen repitiendo periódicamente interpretaciones gratuitas del punto 311 de Camino.

Con ocasión de las distintas injusticias y violencias infligidas al Opus Dei, al clero, a Institutos religiosos y a la población en general, manifestó su espíritu de desagravio por la ofensa que se hacía al Señor, y perdonó a los que cometían esos atropellos.

Ya en 1939, contribuyó a la pacificación entre los distintos sectores que había en España, y cuyas diferencias se agudizaron más con el estallido de la guerra mundial. Luchó con fortaleza para deshacer rencores mutuos, desconfianzas y animosidades. Resultaba evidente a todo el mundo su sentido católico universal, y su trato siempre caritativo y lleno de idéntico afecto humano hacia personas con posiciones o enfoques opuestos en su modo de trabajar o de pensar.

Enseñó a practicar a sus hijos, dejándoles entera libertad en las cuestiones temporales, el empeño en no discriminar y en no marginar a nadie. Predicó -con la palabra y con las obras- que los católicos tenemos que ser elementos de unidad: intransigentes en la doctrina de la fe, pero santamente transigentes con las personas. Repetía que solamente a través de una profunda amistad, sabiendo escuchar y hablar sin herir, se puede llegar a que la gente se acerque a Dios.

Recordaba el Fundador de la Obra un suceso, que muestra su actitud sacerdotal abierta y su respeto incondicionado de la libertad de los demás. Hacia el año 1941, acudía al Seminario de Madrid, para confesarse con don José María García Lahiguera. Para no perder tiempo, a veces hacía el trayecto en taxi, pues quedaba lejos y no estaba bien comunicado por transportes públicos. Ese día, hablando con el taxista, le dijo que lamentaba mucho la guerra que había padecido España, porque se podía vivir como hermanos y respetarse, aunque se defendiesen opiniones distintas. Le explicaba que era innecesario recurrir a esos procedimientos tan atroces, que reflejan un odio satánico entre hermanos. Además, continuaba, lo razonable es dar cada uno su parecer: -Por ejemplo, si usted en una materia concreta piensa distinto de lo que yo considero que es la verdad, hablamos; y, si usted me convence, yo me paso a su opinión; si yo le convenzo, usted se pasa a mi opinión. Si no nos convencemos, seguimos pensando cada uno lo que queremos, pero vivimos en santa paz, respetándonos como hermanos y queriéndonos. El taxista escuchó en silencio y, al llegar al destino, le preguntó: -"Padre, ¿usted se encontraba en Madrid durante la guerra, cuando estaba ocupado por las fuerzas republicanas?". Sorprendido, contestó: -Sí. Y aquel hombre, repuso: "-¡Lástima que no le hayan matado!". El Fundador del Opus Dei le perdonó y, para que viese que no le guardaba ningún rencor, sacó el dinero que llevaba en el bolsillo, se lo entregó, y le dijo: -¿Tiene usted hijos? Ante la contestación afirmativa del taxista, añadió: -Quédese con el resto, para comprarles unos dulces.

En los círculos en los que podía actuar, el Fundador insistía en que era necesario amar la paz y poner los medios para que se viviese la concordia entre los pueblos. Rogaba a los miembros del Opus Dei y a sus amigos, que encomendasen a Dios, a través de la Virgen, la llegada de la paz y que dejasen de tener influencia las ideologías nazi y comunista.

Como había un cierto riesgo de que España entrase también en el conflicto, rezó e hizo rezar muchísimo a todos para que se evitase ese mal paso. Viendo el peligro de una nueva dispersión de los miembros del Opus Dei, tras la causada por la guerra española, se encaraba a diario con Dios para que no permitiera otro retraso en la marcha apostólica de la Obra, y le dejase consolidar los fundamentos que el Señor mismo había puesto trayendo las primeras personas al Opus Dei y otras numerosas que iban llegando.

Por eso, ante las amenazas de una nueva dispersión, quiso que todos sus hijos e hijas rezasen en las Preces de la Obra, llenos de fe, la oración: Dominus illuminatio mea et salus mea, quem timebo? Si consistant adversum me castra, non timebit cor meum; si exsurgat adversum me proelium, in hoc ego sperabo ["El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién puedo temer? Si acampan contra mí ejércitos, no temerá mi corazón; si se alzan duros combates contra mí, en Él pondré mi esperanza": Salmo 26,1.3].

 

 
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