Con un siglo de adelanto

 

De nuevo en Barcelona

Mientras que la vida de la familia Grases en Barcelona seguía su curso cotidiano, a mitad de los años cuarenta seguían difundiéndose por toda España las calumnias contra el Opus Dei. No hay que extrañarse por tanta pertinacia: las maledicencias son incansables por naturaleza.

No era raro que el que escuchaba esas falsedades las ampliara con nuevas patrañas de su propia cosecha:

-"¿Qué me dices...? Entonces lo más probable es que sean masones disfrazados. Y además me supongo yo que..."

De este modo, engordadas por la propia dinámica de la calumnia, los rumores se volvían cada vez más disparatados y rocambolescos.

El Fundador sabía que la contradicción suele acompañar los comienzos de muchas instituciones de la Iglesia, y que algunas incomprensiones obedecían a la novedad que el Opus Dei suponía para la mentalidad de muchos. Preveía también las dificultades que debería vencer el Opus Dei hasta encontrar su lugar en el marco jurídico de la Iglesia: sabía que era un fenómeno pastoral nuevo y que las leyes de la Iglesia no contemplaban nada parecido. "¡Ustedes han llegado con un siglo de adelanto!", le había comentado un prelado a don Alvaro del Portillo, Secretario General del Opus Dei, que se encontraba en Roma, enviado por el Fundador, realizando las gestiones previas para la aprobación del Opus Dei por la Santa Sede como una institución de Derecho Pontificio

Las palabras de aquel prelado le hicieron ver a don Alvaro del Portillo que sin la presencia del Fundador en Roma todo sería inútil. Y le escribió diciéndoselo: tenía que venir enseguida. No había otra solución.

Cuando recibió la carta, don Josemaría se encontraba enfermo. Padecía una diabetes "mellitus" y el médico le había aconsejado calma y reposo. ¿Viajar a Roma en esas condiciones? La respuesta del doctor fue tajante: aquel viaje, y en aquellas circunstancias, podía poner en serio peligro su salud. Si emprendía ese viaje -le dijo-, no respondía de su vida.

Sin embargo, el Fundador no dudó: era el futuro de el Opus Dei el que lo exigía. Se abandonó en las manos de Dios y la tarde del miércoles 19 de junio de 1946 salió de Madrid rumbo a Barcelona.

Hizo una primera etapa en Zaragoza, donde rezó ante el Pilar. Al día siguiente, fiesta del Corpus Christi, llegó a Cataluña y subió hasta Montserrat para orar a los pies de la Moreneta. Allí dejó, en manos de la Virgen, todas sus peticiones y todas sus esperanzas.

El día 21 de junio, les dirigió una meditación junto al Sagrario a los miembros del Opus Dei que residían en Barcelona. Comenzó su oración con unas palabras de los apóstoles:

-"Ecce nos reliquimus omnia, et secuti sumus te: quid ergo erit nobis?" -He aquí que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. ¿Qué será de nosotros?

Aquellos hombres jóvenes que le seguían lo habían dejado todo -familia, futuro, planes personales- en las manos de Dios. Allí estaba Juan Jiménez Vargas, que tras ganar su cátedra de Fisiología se había establecido en Barcelona, y Alfonso Balcells, un joven médico, que había sufrido, aún antes de ser del Opus Dei, en carne propia, toda la campaña de calumnias, por el puro hecho de haber alquilado a su nombre el piso de "El Palau"... Todo el afán de estos hombres en esta tierra era servir a la Iglesia en el Opus Dei. Y ahora parecía que el Opus Dei no encontraba camino en el marco jurídico de la Iglesia. ¿Qué iba a ser de ellos?

-"¿¡Señor -seguía diciendo el Fundador en su oración-, Tú has podido permitir que yo de buena fe engañe a tantas almas? ¡Si todo lo he hecho por tu gloria y sabiendo que es tu Voluntad! ¿Es posible que la Santa Sede diga que llegamos con un siglo de anticipación? (...). No he tenido más voluntad que la de servirte".

Después de la Misa fue a la Basílica de Nuestra Señora de la Merced, patrona de la diócesis de Barcelona, para pedirle por los frutos de aquel viaje. Y a las seis de la tarde embarcó en un pequeño vapor correo de poco más de mil toneladas, el J.J. Sister, rumbo a Génova, donde continuaría hasta Roma en coche.

El tiempo no auguraba un viaje fácil: el mar estaba encrespado y el cielo, encapotado y con chubascos, amenazaba tormenta.

Una noche en oración

Al fin, a media noche, tras un viaje azaroso, el barco desembarcó en el puerto de Génova, y al caer la tarde del 23 de junio el Fundador pudo ver en la lejanía el perfil inconfundible de Roma. Y nada más llegar a su apartamento, en la Plaza de la Città Leonina, junto a la Plaza de San Pedro, quiso asomarse a la pequeña terraza para contemplar la Basílica.

Muchas veces, paseando por las calles de Madrid, había soñado recibir la Comunión de manos del Papa. Ahora estaba físicamente muy cerca del Romano Pontífice, en el comienzo de una nueva etapa dentro del camino del Opus Dei.

Pasó toda aquella noche en oración, rezando por el Papa. Aquella noche romana era como el compendio de toda su vida. Era un eco de aquellas noches de Zaragoza, cuando era un joven seminarista y el alba lo encontraba también rezando como ahora, musitando aquel "Domine, ut videam!", "¡Señor, que vea!", en la oscuridad de la iglesia del Seminario de San Carlos...

Días más tarde, el 16 de julio, festividad de la Virgen del Carmen, el Papa le recibió en una audiencia privada que siempre recordó con afecto. "No puedo olvidar -comentaba tiempo más tarde- que fue S.S. Pío XII quien aprobó el Opus Dei, cuando este camino de espiritualidad parecía a más de uno una 'herejía'; como tampoco se me olvida que las primeras palabras de cariño y afecto que recibí en Roma, en 1946, me las dijo el entonces Monseñor Montini".

Decidió entonces que era el momento de cumplir uno de sus más antiguos deseos: que el gobierno central del Opus Dei residiese en Roma, junto a la sede de Pedro. Con ese motivo llamó a varias hijas suyas para que se ocupasen del primer Centro del Opus Dei en la Ciudad Eterna. Y el 27 de diciembre de 1946 llegaron al aeropuerto de Ciampino, cerca de Roma, Encarnita Ortega y otras cuatro más.

Don Josemaría y don Alvaro fueron a esperarlas al aeropuerto. Para la mayoría había sido su primer viaje en avión y habían pasado sus más y sus menos; y alguna se traía, como recuerdo del viaje, un buen susto y un mareíllo. Venían cargadas con un montón de maletas con comida, ropa y los objetos más imprescindibles, porque Italia acababa de salir de la guerra y se encontraba en una situación catastrófica.

"El Padre nos dijo -recuerda Encarnita Ortega- que con doce de nosotras, muy fieles, sería capaz de enfrentarse con toda la labor de Italia, y que al pasar los años, no creeríamos lo que habíamos visto, y nos parecería haber soñado..."

Predilecta Barcelona

El 8 de diciembre de ese mismo año, fiesta de la Inmaculada, el Papa volvió a recibir al fundador del Opus Dei. Y el 2 de febrero de 1947 fiesta de la Presentación de la Virgen, Pío XII promulgó la Constitución Apostólica "Provida Mater Ecclesia". Se iba allanando, de la mano de la Virgen, poco a poco, el camino. Pocas semanas después, el 24 de febrero de 1947, se concedió al Opus Dei el "Decretum laudis", la primera aprobación pontificia que sería definitiva el 16 de junio de 1950.

Una de las preocupaciones de don Josemaría sus primeros años romanos era conseguir un lugar adecuado para la Sede central del Opus Dei, como le habían recomendado altos eclesiásticos. Después de sortear numerosas dificultades económicas, encontró un lugar apropiado en la calle Bruno Buozzi, en el barrio del Parioli. Había sido sede de la embajada de Hungría ante la Santa Sede y se lo ofrecían a buen precio.

Pero en julio de 1947 aquellos edificios eran todavía un sueño por realizar. Por lo pronto, seguían viviendo allí unos inquilinos húngaros, que no tenían demasiada prisa por marcharse -contra todo derecho, porque Hungría, tras la ocupación de los comunistas, no mantenía relaciones con la Santa Sede- y el Fundador ya no podía esperar más; así que, urgido por las circunstancias, no tuvo más remedio que instalarse en la pequeña portería de la entrada junto con algunos miembros del Opus Dei. Aquellas estrecheces no le suponían ninguna novedad: la pobreza era una antigua compañera de viaje...

Lo malo es que mientras vivió en aquella portería durmió con frecuencia en el suelo, y en marzo de 1948, el frío le produjo una parálisis facial "a frigore"...

Al fin se marcharon los inquilinos, en febrero de 1949. Unos meses antes, en la fiesta de San Pedro de 1948, erigió en aquel edificio, que denominó "Villa Tevere", el Colegio Romano de la Santa Cruz.

"'Colegio' -explicó- porque (...) es una reunión de corazones que forman -'consummati in unum'- un solo corazón, que vibra con el mismo amor (...).

'Romano', porque nosotros, por nuestra alma, por nuestro espíritu, somos muy romanos. Porque en Roma reside el Santo Padre, el Vice-Cristo, el dulce Cristo que pasa por la tierra.

'De la Santa Cruz', porque el Señor quiso coronar la Obra con la Cruz, como se rematan los edificios, un 14 de febrero... Y porque la Cruz de Cristo está inscrita en la vida del Opus Dei desde su mismo origen, como lo está en la vida de cada uno de mis hijos. Y también porque la Cruz es el trono de la realeza del Señor, y hemos de ponerla bien alto, en la cima de todas las actividades humanas".

Con un fin similar erigió también en Roma, años más tarde, el 12 de diciembre de 1953, un Centro Internacional de formación para las mujeres del Opus Dei: el Colegio Romano de Santa María.

Desde allí, junto al corazón de la cristiandad, don Josemaría seguía impulsando la labor apostólica del Opus Dei en todo el mundo. Constantemente le llegaban noticias alentadoras del desarrollo de la Obra, a la que el Señor iba colmando de frutos y vocaciones.

Y también llegaba, de tarde en tarde, el eco lejano de alguna calumnia. A ellas aludió, el primer día del año de 1948 cuando escribió a sus hijos de Barcelona una carta en la que firmaba con el nombre de "Mariano".

"Que Jesús me guarde a mis hijos de Barcelona.

Queridísimos: unas palabricas para vosotros. Estoy muy contento de cómo lleváis las cosas, y muy contento también porque en esa queridísima -predilecta- Barcelona nunca nos falta la Santa Cruz. Pero, no tiene demasiada importancia -¡ninguna!- ese ambiente, de que habláis en vuestras notas: con alegría y sin ninguna preocupación, adelante. Seguid trabajando, llenos de sentido sobrenatural y de comprensión humana: estoy segurísimo de que el Señor, con la mediación de nuestra Madre de la Merced, ha de bendecir cada día más vuestra labor. ¡Cuántas cosas grandes y cuántas vocaciones van a salir de Cataluña!

Que me cumpláis las normas, que améis a la Iglesia, que sepáis perdonar siempre, que viváis con nuestra alegría de hijos de Dios, y que estéis seguros de que es muy agradable al Señor vuestra conducta.

Os quiere, os abraza, os bendice vuestro Padre

Mariano".

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