La Escuela Agraria Aragua

 

Indice: Un mar sin orillas

Tras esta generosa donación, los miembros del Patronato de la futura Casa de Retiros comenzaron a calcular el coste de la construcción del edificio. Al hacer las cuentas les sacudió un escalofrío: ¡no tenían ni para pavimentar la carretera de acceso! Sus agobios me recordaron los de Enrique y el doctor Cofiño con Ciudad Vieja; los de Walter, con Altavista... y los de José María y míos, con la Octava...

Pero la experiencia había sido tan aleccionadora que se lanzaron, llenos de fe, a pedir donativos a sus amigos y conocidos. Poco después Mons. Santos bendijo el terreno y don Gonzalo y doña Aurora colocaron, gozosos, la primera piedra de la Casa de Retiros de Montecillos. "Pido a Dios que aquí no suceda -comentó Mons. Santos- como en tantas bendiciones que me ha tocado impartir: todo se acaba con la primera piedra".

Ese comentario me recordó el amor del Padre a las últimas piedras, por lo que significan de constancia, de tesón y esfuerzo por concluir la tarea comenzada, superando las dificultades que se van presentando día tras día.

Y dieciocho meses después concelebré la Santa Misa con Mons. Santos y Alberto Banchs en el amplio patio central de Montecillos, un edificio moderno, amplio y de sabor colonial. Era fruto, de nuevo, de la gracia de Dios y de la generosidad de los hondureños. La respuesta de los cooperadores y amigos fue admirable. Aunque sólo Dios sabe quién fue más generoso: si aquel empresario que triplicó la cantidad que le pidieron los miembros del Patronato (cantidad que al principio no se atrevían a pronunciar, porque les parecía demasiado audaz) o aquella campesina de Zambrano que subía trabajosamente la cuesta para entregar un lempira...

Ahora ya se han completado las diversas fases del edificio de Montecillos, construido en medio de un bosque de pinos, que se yerguen hasta el cielo como una oleada de verdor. Y se ha edificado además, en aquel terreno escarpado y rocoso desde el que se domina una espléndida panorámica del valle, la Escuela Agraria Aragua y la Clínica Médica.

La Escuela Agraria Aragua era una necesidad hondamente sentida por las familias de Zambrano, una zona pobre donde los hombres no encuentran fácilmente un puesto de trabajo. Muchos hogares se mantienen gracias al trabajo de las madres de familia, que se ven obligadas a marcharse Tegucigalpa, para dedicarse al servicio doméstico, dejando a sus hijos al cuidado de los abuelos. En vista de la situación, Tita de Simón, una mujer del Opus Dei, impulsó ilusionadamente esta Escuela, que ha salido adelante gracias al empuje de numerosas personas y a la colaboración de organismos y entidades nacionales e internacionales.

La primera actividad que organizó doña Tita -como la llaman todos- fue un Curso de Corte y Confección para que estas mujeres, de economía tan modesta, pudieran confeccionar su propia ropa. Habilitó un ranchito, instaló una vieja mesa de ping-pong -por algo se comienza- y convocó a las señoras de Zambrano y alrededores. A la primera clase asistieron muchas: Tita estaba contentísima. Pero a la segunda... no fue casi nadie.

"Ay, doña Tita -le decían- es que no sé leer y no entiendo lo de las medidas". "Es que eso del metro es muy difícil para mí". Tita habló con cada una, solucionó sus problemas y al año siguiente se multiplicaron los cursos: de Horticultura, Conservas y Encurtidos, Dulces típicos, Bordados, Panadería...

Así, paso a paso, Aragua llegó a tener con los años un número tan elevado de alumnas que tuvieron que adaptar como aulas unos locales de Montecillos, donde instalaron, de modo provisional, un taller y una oficina. Luego se crearon dos talleres más; hasta se construyó la sede actual, espaciosa y bonita, con un gran patio central y unos talleres muy bien equipados.

 

 
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