Febrero 1958: París en junio
Un día, a comienzos de febrero, cuando Montse no estaba en casa, los Sres. Grases recibieron una visita. Eran Lía y la Subdirectora de Llar.
"Nos comentaron la posibilidad -recuerda Manolita- de que Montse se fuese a vivir a la Residencia Rouvray que se iba a abrir en París. Allí podría hacer una gran labor apostólica entre sus compañeras. Querían saber qué nos parecía".
Aunque ya había alguna mujer del Opus Dei de nacionalidad francesa, la labor del Opus Dei con mujeres no había comenzado todavía establemente en ese país. A Montse le correspondería, junto con pocas más, comenzar la labor apostólica en aquellas tierras.
"Le contestamos -continúa Manolita- que si a ellas no les parecía mal, nosotros no teníamos nada que objetar. Sólo quedaba proponérselo a Montse.
Nos gustó la idea porque entendíamos que seguir la vocación que Dios da a cada uno, aunque cueste renuncias, proporciona una alegría inmensa; y si además a esa alegría se une el hecho de ir a comenzar una labor apostólica en un país nuevo, esa alegría se vuelve aún mayor. Estábamos seguros de que a Montse le haría muchísima ilusión. Ella no entendía que hubiese padres que pusiesen obstáculos a los planes de Dios: '¿cómo es posible -decía- que haya alguien que no quiera la vocación de su hija?'"
"Sin embargo, como faltaban algunos meses para que pudieran ponerse en marcha esos planes, quedamos, como propuso Lía, en no proponerle todavía nada en concreto a Montse, salvo la posibilidad de ir a vivir a un Centro del Opus Dei durante el verano...
Empezamos a prepararlo todo; y hablamos de la ropa que podía necesitar, para irla haciendo a medida que se pudiese y tenerlo ya todo pensado. Compré enseguida una pieza de cruzado y me puse a hacer unas listas de todo lo necesario..."
Un "tronco" de chocolate
Por su parte, Montse, a medida que iba profundizando en su vocación, iba ganando en agradecimiento a sus padres, a los que le debía en gran medida su vocación. "El primer germen de la fe, de la piedad y de la vocación -explicaba el Fundador-, lo han puesto ellos en nuestros corazones". "Si soy así -comentaba Montse- es gracias a los padres que tengo".
Trataba de manifestar su agradecimiento con ellos de diversas formas, e intentaba materializarlo de algún modo, porque veía ahora con gran claridad aquello que afirmaba el Fundador del Opus Dei: que el noventa por ciento de la vocación se la debía a ellos.
Le gustaría regalarles algo, pero no manejaba demasiado dinero ni la situación económica familiar permitía despilfarros. La única solución que tenía era ahorrar; es decir: combinar los trayectos de tranvía o de metro -el famoso "tren de Sarriá"- con los del "coche de San Fernando": "unas veces a pie y otras andando". Así lograba reunir, con esfuerzo, 5 pesetas y media. Realmente no era ningún capital; pero suficiente, porque con cinco pesetas y media -con aquellos simpáticos dos reales con agujerito- podía comprar, en Cremel, la pastelería que mostraba su sabrosa mercancía junto al portal de Llar, un dulce para su madre.
La tienda ofrecía, entre vaharadas olorosas -¡hummm!- toda una gama de pasteles en dos escaparates enfrentados, sobre los que lucían, en letras blancas, dos grandes rótulos: PASTELERIA. BOMBONERIA. Bastaba empujar levemente esa puerta para entrar en el paraíso del goloso -y ella lo era-: tartas de manzana, torteles de hojaldre, bizcochos, cabellos de ángel y unos pasteles de chocolate a los que llamaban "búlgaros", vaya usted a saber por qué.
Montse se conocía muy bien aquella pastelería pintada de un color verde manzana que estimulaba el apetito. Se apoyaba sobre el mármol estrecho del mostrador y pedía un "tronco" de chocolate, mientras miraba la hora en un curioso reloj de pared que tenía letras en vez de números: AIRELETSAP. No se entendía nada. Pero si se leía de derecha a izquierda...
Ese "tronco" de chocolate era el dulce que más le gustaba a su madre. Era sólo eso: una pequeña muestra de cariño con los suyos. Una más en la vida de Montse. Quizá no es el detalle más significativo de su vida, ni el más "heroico" o el más "trascendente"; pero sí, desde luego, uno de los más entrañables: ¡Con qué esmero le llevaba el pastel -no fuera a perecer aplastado en uno de los vaivenes nerviosos del tranvía- envuelto en el papel sedoso de la confitería, sujeto por un cordel bien anudado para que no se le cayera...!
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Llegó la fiesta de San José, Patrón de la Iglesia universal y Patrón del Opus Dei. En Llar lo celebraron con una especial vibración apostólica. Ella seguía con su rodillera y no le faltaban las bromas:
-"Pero Montse... ¡si pareces un futbolista!"