Octubre de 1954. ¡Aquella mirada!
Así pasó el verano.Meses después, un día de octubre de aquel mismo año de 1954, Manolita García pulsaba el timbre de LLar acompañada de su hija mayor. "Fui a recogerla a la salida del Colegio -cuenta- y la llevé a Llar. El piso estaba varias manzanas más arriba, no muy lejos de casa: a unos veinte minutos andando. Nos recibió Mirufa Zuloaga que era la Directora, y Pepa Castelló, que le estuvo enseñando el piso y le presentó a las chicas que iban por allí".
"Aquel día -cuenta Pepa- estábamos colgando unos cuadros en el pasillo cuando me presentaron a Montse. Recuerdo que le pregunté si me podía echar una mano y me dijo que sí. Se fue su madre y ella se quedó ayudándome a colgar los cuadros". -"Era una chica guapa y simpática -recuerda Mirufa Zuloaga-, muy sonriente". -"Traía -cuenta Rosa- el uniforme de las Damas Negras y venía con el lazo suelto del pelo, mirándonos con un poco de desconfianza... Es como si la estuviera viendo... Me la presentaron, me escuchó cómo tocaba un rato el piano, y al final le pregunté:
-¿Te gustaría recibir unas cuantas clases de piano?
-Sí que me gustaría y que me enseñaras a acompañar canciones y todo eso.
Y se fue jubilosa y contenta, sin aquella pequeña desconfianza que tenía cuando entró".
"Cuando vino por la noche estaba contentísima -recuerda su madre-. Nos estuvo contando que si las de Llar eran así, que si Pepa le había dicho esto, que si Pepa por aquí, que si Pepa por allá... Siempre he pensado que aquel día se le quedó el corazón allí".
"A partir de ese día -recuerda Rosa- continuó viniendo a Llar con cierta frecuencia; sobre todo los sábados, que era el día en que teníamos la meditación. Enseguida se hizo amiga de todas, porque tenía el don de saberse hacer amiga de la gente, con su forma de comportarse, tan sencilla y amable. Tenía montañas de amigas: las del Colegio, las de Seva... y las quería muchísimo".
María Luisa Suriol subrayaba estas cualidades, y añadía: "pero no se podía decir al verla: 'esta chica es una santa', porque no destacaba en nada; era corriente, pero encantadora".
"Muchas de esas amigas empezaron a venir por Llar -añade Pepa- gracias a Montse, y organizamos con ellas una charla de formación humana y espiritual. En esas charlas se les hablaba de santificar el trabajo, de ofrecer las clases, y las horas de estudio; de tratar personalmente al Señor en la oración, del sentido cristiano de la mortificación y de cómo ser contemplativos en medio del mundo; y también de algunas virtudes humanas, como la sinceridad, la lealtad, la alegría..."
"¡Aquella mirada...! -continúa Rosa-. Con aquella mirada te lo decía todo". -"Era lo que más sorprendía de Montse -cuenta Carmiña Cameselle-. Era una mirada clara, serena como ella, aunque tenía algo de genio. Su padre decía que tenía 'un pronto'..."
"Es verdad. Era dulce de manera de ser -concluye Rosa- y enérgica al mismo tiempo. Y espontánea, terriblemente espontánea. ¡Ah!, ¡y no le gustaba nada que la contradijeran! En cuanto la pinchaban, se enfadaba enseguida. Por eso, a mí me gustaba mucho hacerla enfadar, porque enseguida picaba...
Pero no es que tuviera mal genio: es que era una chica muy extrovertida, con un carácter muy vivo, que de vez en cuando salía a relucir... Una vez le comenté: 'mira: nos hemos ido de excursión, pero hemos llamado a tu casa y me han dicho que no querías ir'. '¡Pero! ¡Pero...! ¿Pero cómo que no quería ir! ¡Si no me has preguntado nada! ¡Pero cómo, si...!' Saltaba como una avispa. 'Sooo, para, para, para -le dije para que se calmase-, que es una broma...'"
"Desde el primer momento -continúa Rosa- le encantó el ambiente de Llar. Y además de venir a los medios de formación humana y espiritual, empezó a asistir a mis clases de piano: se matriculó, pagó su cuota y comenzó a ensayar en aquella pianola que había regalado mi padre, porque yo estaba siempre: 'Papá un piano, papá un piano...' y en cuanto se enteró mi padre de que una prima mía vendía una pianola nos la compró para que pudiéramos tener las clases..., ¡y para que yo le dejara en paz con el dichoso piano...!
La recuerdo allí, ensayando sobre el teclado, con aquella sonrisa... Siempre tan contenta, siempre tan alegre... Entendió muy bien desde el principio que la alegría es un rasgo fundamental del espíritu del Opus Dei".
"Era muy divertida. Rebosaba vida y salud: se estaba a gusto a su lado. No era murmuradora y no le gustaban los chismes. Sabía ceder y confiar en los demás. Y tenía un sentido innato de la justicia: si alguna le decía que ésta o la otra se había colado en el tranvía sin pagar el billete, se ponía seria..."
"Era, además, muy deportista: y siempre me estaba contando sus partidos de tenis, sus excursiones por el Montseny, sus amigas... Y le gustaba mucho el teatro. Recuerdo que una vez intervino en una sesión de teatro leído en la que representamos 'El alcalde de Zalamea'. No lo recuerdo bien, pero me parece que ella hizo de alcalde...
Sí; de alcalde, estoy casi segura: y yo en broma le decía que era un papel muy adecuado para ella, porque como era la hermana mayor, estaba muy acostumbrada a llevar la batuta. Eso se notaba en todo lo que hacía: cuando salía de excursión enseguida hablaba con unas y otras, y concretaba la hora de salida y el sitio al que íbamos a ir y lo organizaba todo; y además lo organizaba muy bien. Por eso, yo le decía que había nacido para caudillo... pero no era más que la consecuencia lógica de que había tenido que cuidar a siete hermanos y esto te da siempre mucho desparpajo en la vida... Era la hija mayor, su madre contaba mucho con ella y eso se notaba".
"Sí; le gustaba organizar cosas -puntualiza su hermano Enrique- pero no por una voluntad de protagonismo, sino porque los demás contaban mucho para ella. Le gustaba estar con otros y planear cosas con y para los demás".
"Con su madre tenía una gran confianza -sigue contando Carmiña- y se lo contaba todo. Estaban muy compenetradas. Se miraban y bastaba con una mirada para que se entendiesen perfectamente".
Lo importante es hacerlo
"Recuerdo que cuando iba a las cuestaciones de la Cruz Roja -dice Rosa- era la que colocaba más banderitas. ¿Por qué? Porque si había que ir a las ocho, Montse se presentaba allí desde el primer momento para poner banderitas... Pero no lo hacía por llamar la atención, por destacar, no; porque yo le preguntaba:
-¿Cuánto dinero has recogido, Montse?
Y me contestaba siempre:
-¿Eso qué importa, Rosa? Lo importante es hacerlo...
-Pero mujer -le decía yo, extrañada-: ¿No has mirado, ni siquiera por curiosidad, para ver lo que había dentro?
-No, no he mirado nada. No se pueden hacer las cosas para mirar después...
Su mentalidad era ésa: hacer el bien y no mirar a quién. Era generosa, muy generosa. Tenía muchas virtudes humanas; y se identificó muy bien con el espíritu del Opus Dei y se entusiasmó muy pronto con el ideal de ser santa en medio del mundo, de santificar el trabajo y de ayudar a los demás en el camino hacia la santidad... Recuerdo que hablábamos mucho de apostolado y de acercar a nuestras amigas a los sacramentos. Yo le decía: 'Fíjate: a lo mejor, la única oportunidad que tendrá esta amiga tuya de oír hablar de Dios es... la que tú le brindes. Y venir a escuchar a un sacerdote, y confesarse es muy importante. Tienes que ayudarla...'.
Entonces empezó a traer a Llar a amigas de su clase, de su pandilla de Seva... Ese afán apostólico lo tuvo siempre: mucho antes de tener vocación al Opus Dei.
Se dio cuenta perfectamente de las penurias económicas que pasábamos en Llar, porque un día me dijo:
-Hay gente que dice que en el Opus Dei hay tantas cosas y yo veo que en esta casa se pasan tantas necesidades...
Y concluyó con un comentario que me gustó mucho:
-Cuando quieres saber una cosa lo primero que tienes que hacer es vivirla. Y sólo entonces puedes hacer un juicio..."
Un cambio sorprendente
"Fue sorprendente el cambio que experimentó a partir del momento en el que comenzó a ir por Llar -sigue recordando su madre-. Y sus hermanos lo advirtieron también. Antes se metían mucho con ella porque estaba algo gordita; sobre todo para hacerla rabiar, porque se enfadaba... pero a partir de entonces, fue desapareciendo poco a poco aquel vinagrillo de su carácter. Se limitó a callarse. Y sus hermanos la fueron dejando en paz: se dieron cuenta de que perdían el tiempo...
Fue limando, también poco a poco, algunos defectos de su carácter. Por ejemplo: no le gustaba nada que la llamasen Montsita. Pero no lo dijo nunca: y cuando alguna de Llar la llamaba así, sin saber que esto la molestaba, sonreía en silencio...
Observé también cómo empezaba a vivir un pequeño plan de vida espiritual. Nada más levantarse luchaba por saltar enseguida de la cama, sin ceder a la pereza... luego se iba rápidamente al colegio; venía; comía justito y se marchaba de nuevo a clase. Y del Colegio se iba a Llar. Allí estudiaba, hacía un rato de oración, asistía a algún medio de formación y ayudaba a la marcha del Centro; en concreto sé que preparaba con todo detalle todo lo necesario para el oratorio, cosa que le hacía mucha ilusión. Y algunos fines de semana se iba de excursión".
"Le encantaban las excursiones -cuenta Pepa- y hacíamos muchas. Recuerdo que antes de salir íbamos a Misa, y siempre me sorprendía encontrar a esas horas -a las seis y media o siete de la mañana de un domingo- las iglesias llenas de jóvenes que iban a cumplir con el precepto dominical.
En definitiva: Montse se lo pasaba de maravilla en Llar".
"Sí -añade su madre, sonriendo-, tan de maravilla se lo pasaba en Llar, que a veces me llegaba a casa un poquito tarde. ¡Y tuve que ir un día allí a quejarme y a decirles que le metieran prisa a la hora de volver...!"
Ni un segundo que perder
"Ella era sobre todo amiga de Ana María Suriol, Sylvia Pons y otras que eran de su misma edad -sigue contando Rosa-. Sin embargo aunque se llevaba algunos años conmigo, congeniamos muy bien. Hablábamos de todo; de cine, de teatro, de los planes apostólicos que podíamos hacer con las amigas que teníamos en común... Entonces estábamos comenzando la labor del Opus Dei con chicas jóvenes en Barcelona y no teníamos ni un segundo que perder...
Recuerdo que un día estábamos hablando de Dios, y yo le comentaba que cumplir la voluntad de Dios es lo único importante en nuestra vida. ¿Qué hubiera sido mi vida sin Dios? 'Mira Montse -le dije sin darme cuenta del alcance de lo que le decía- tú ahora te encuentras bien, pero en un momento dado, como me sucedió a mí, te puede fallar todo lo físico... ¿y entonces qué? Si no estás unida a Dios todo se te derrumbará.
-Tienes toda la razón, Rosa -me dijo- Yo también quiero estar cerca de Dios; y si algún día me sucediera lo que a ti me gustaría continuar con la misma alegría y con la misma ilusión que tengo ahora...'.
-Fíjate -me dijo en una ocasión-, lo que me estoy planteando: mortificar la vista. A mí me gusta mirar ¡por todas partes! Voy por la calle y miro; voy junto a una librería y miro; junto a una tienda de ropa y miro..., y me han dicho que tengo que empezar a mortificarme en estas pequeñas cosas.
-Pues chica -le comenté yo-, a mí esas cosas no me importan tanto: a mí lo que me gusta es leer, oír música...
-Claro... Entonces no mirar no supondrá la misma mortificación para ti que para mí.
Es verdad -pensé-, Montse tiene razón. Ella va habitualmente a pie por la calle, y yo, por mi situación, no lo hago nunca; y al que va andando esas cosas le deben costar mucho más...
Y al cabo de una semana me dijo que estaba luchando mucho en estas pequeñas mortificaciones y que estaba consiguiendo dejar de mirar muchas cosas..."
Montse estaba dando los primeros pasos en el camino de la mortificación hecha por amor a Dios. Mortificación en lo pequeño: de la vista, de la curiosidad... "¿No has contrariado, alguna vez, en algo, tus gustos, tus caprichos? -pregunta el Fundador del Opus Dei- Mira que Quien te lo pide está enclavado en una Cruz -sufriendo en todos sus sentidos y potencias-, y una corona de espinas cubre su cabeza... por ti".
"Pero no nos pasábamos todo el día hablando de temas espirituales -prosigue Rosa-; nos gastábamos muchas bromas, nos contábamos chistes... y nos teníamos mucha confianza para decirnos las cosas. Recuerdo que yo la invitaba cada sábado a la meditación que daba el sacerdote; y a veces me decía:
-Chica, es que te pasas; no seas pesada.
Pero al final, siempre venía.
Esas meditaciones las teníamos en el oratorio de Llar, donde había una cruz de palo. Y yo le comenté alguna vez, alentándola a ser generosa:
-Montse: mira esa Cruz: es la tuya. Cuando quieras la coges...
Y ella me contestaba:
-Pero Rosa, ¡qué pesada te pones con lo de la Cruz!
Y yo le decía:
-Vétela mirando..."