27 de abril de 1954

 

Rosa d'abril
Morena de la Serra
de Montserrat estel...

El santo de Montse

Aquel 27 de abril de 1954 hubo, como en todas las fiestas de la Virgen de Montserrat, alegría y regocijo en el hogar de los Grases. ¡Era el santo de Montse! Se sucedieron las felicitaciones de todos los hermanos, como en todos los "santos" que se celebraban en la casa. Manolita se fue con la imaginación a la Santa Montaña: le parecía escuchar las voces graves de los monjes del monasterio entre los picos escarpados en los que la imaginación popular veía figuras fantásticas: el "Gegant Encantat, el Setrill, la Panxa del Bisbe..." En aquel momento -pensaba- se alzarían al cielo las voces blancas de los niños de la escolanía con la melodía entrañable del "Virolai" o la Salve montserratina... y habrían llegado allí, como en todos los días de su fiesta, cientos y cientos de peregrinos de toda Cataluña para besar la imagen de la Moreneta y participar en los actos litúrgicos, que en Montserrat revestían una especial solemnidad...

Durante los primeros años de su matrimonio Manuel y Manolita habían pasado allí varias noches de Navidad: ¡Montserrat! Un nombre cuya significación más honda en el alma catalana ronda lo inefable:

íl.lumineu la catalana terra

guieu-nos cap al cel...

Una caricia de la Virgen de Montserrat

Aquel día, en la Sede central del Opus Dei en Roma la vida seguía su curso normal, y todo parecía indicar que esa fiesta de la Virgen sería un día más de trabajo en la cálida primavera romana. Pero...

"Al mediodía, era la una menos diez -recuerda Encarnita Ortega-, Don Alvaro le puso (al Padre) una inyección de una nueva marca de insulina retardada; después bajaron los dos al comedor porque era la hora de comer (...).

El Padre (...) desde hacía bastantes años sufría de diabetes, y estaba pasando una temporada en la que la enfermedad se había agudizado. Todas las semanas se le hacían análisis y cada vez el resultado era más negativo, a pesar del régimen alimenticio tan riguroso y de la alta dosis de insulina que se le aplicaba.

De repente, ya en el comedor, sentado, tuvo un shock anafiláctico, se dio cuenta de que se moría y le pidió la absolución a don Alvaro y como don Alvaro quedó, por la sorpresa, un poco desconcertado, el Padre le inició la fórmula y quedó ya sin sentido".

Era un shock anafiláctico. Don Alvaro del Portillo, después de darle la absolución intentó que tomara algo de azúcar. Se avisó rápidamente al médico. Y a los pocos minutos, lentamente, el Fundador empezó a recobrarse, aunque se había quedado ciego.

Vino el médico, que se quedó extrañado de la situación: habitualmente una reacción de ese tipo solía ser mortal casi de necesidad. Sin embargo, don Josemaría se repuso y recobró la vista al cabo de varias horas. Y desde aquel día la diabetes quedó totalmente curada. Había sido una caricia de su Madre la Virgen en el día de la fiesta de Montserrat...

"Dios quiso que se recuperase -recuerda Encarnita Ortega-. Y pocas horas después cuando pudimos verle -nos llamó a María José Monterde y a mí, que éramos las que nos habíamos enterado-, para tranquilizarnos nos decía:

-Personalmente estaba muy tranquilo, aunque me daba pena irme de vosotros. Pero, por todo lo que habéis pedido por mí al Señor, El os ha oído y me concede una nueva etapa fecunda.

Como nosotras permanecíamos un poco alarmadas -era lógico-, para alejar toda preocupación se puso a realizar un trabajo en el que pidió nuestra colaboración y lo salpicaba de detalles de buen humor y de proyectos de nuevas actividades.

Su paz ante la vida y ante la muerte fue una lección más de serenidad y de abandono total en los brazos de Dios".

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