Llar
Rosa Pantaleoni
Años antes, a la misma edad que Montse, otra chica barcelonesa, Rosa Pantaleoni, se enfrentaba con los primeros problemas de su adolescencia. Pero sus problemas no se resolvían tan fácilmente como los de Montse con el pelmazo que la aguardaba a la salida del Colegio. Eran de orden físico: padecía desde los ocho años poliomielitis en las dos piernas y ahora se veía obligada a caminar con muletas y con mucha dificultad, después de estar en silla de ruedas durante mucho tiempo. Y tenía un brazo mal.
"Conocí el Opus Dei en un momento decisivo de mi vida -cuenta Rosa- a comienzos de los cincuenta, cuando pensaba que por mi defecto físico tenía todos los motivos para sentirme desgraciada...
Hasta que un día, hablando con don Florencio Sánchez Bella, un sacerdote del Opus Dei con el que me dirigía espiritualmente, le comenté:
-Don Florencio, ¿no ve qué desgraciada soy?
-¿Desgraciada por qué? ¿Es que no quieres a los demás?
-í, le dije tímidamente.
-¿Es que no puedes hacer cosas por los demás?
-Sí...
-Pues entonces -me dijo, con mucha fuerza- ¿qué necesidad tienes de pensar en otras cosas? Ya sabes que el Padre dice que la felicidad del Cielo es para los que saben ser felices en la tierra..."
"Aquello me animó mucho y me puse contentísima al pensar en estas palabras: 'La felicidad del Cielo...'
Al Padre lo conocí años después, cuando yo ya era del Opus Dei, un día de mucho frío, en el aeropuerto de Barcelona, durante una escala que hizo aquí. Fuimos tres chicas del Opus Dei a saludarle. Yo era muy jovencita y al principio estaba como avergonzada... Nada más vernos, se acercó a nosotras sonriendo.
-Hola, Padre -le dije-, me llamo Rosa Pantaleoni y voy a estudiar Farmacia.
-Ah, sí, hija mía -me comentó en tono divertido-, ¡serás boticaria!
Y añadió, con un tono que indicaba que aquello debía recordarlo siempre:
-En las reboticas se puede hacer una gran labor apostólica. Acuérdate siempre que te he dicho que en las reboticas se puede hacer una labor maravillosa.
Nunca olvidaré lo simpático que estuvo el Padre conmigo y las cosas tan bonitas que me dijo, mientras me hacía la señal de la cruz en la frente. Me dijo que tenía que estar siempre alegre, muy alegre...
-¡Claro, Padre -le dije yo-, claro que estoy contenta; tengo lo mejor del mundo que es la vocación, y además he tenido la suerte de conocerle a Vd.!
Las que venían conmigo estaban sorprendidas de mi desparpajo, pero es que el Padre no te intimidaba, no te cortaba..., todo lo contrario. Me dijo que ¡adelante!, que a luchar, como si no pasara nada, y nos despedimos. Recuerdo que entonces me miró con cariño y he guardado esa mirada del Padre durante toda mi vida..."
"En 1952 -prosigue Rosa- se puso Llar, un Centro del Opus Dei para la labor con mujeres jóvenes, en parte alta de la calle Muntaner, muy cerca de la plaza de Adriano. Se empezó con muy pocos medios, y se pasó tanta penuria en aquella casa que muchos días... no llegaba ni para lo justo. ¡Era todo tan modesto!
Era un pisito sencillo, pero muy agradable y acogedor. Tenía un planchero, con una mesa grande, una sala de estar bastante reducida y algunas salas más. En el oratorio no había bancos: nos arrodillábamos en uno de esos reclinatorios de enea en los que te puedes sentar también, si le das la vuelta... Sin embargo, a pesar de los pocos medios, el oratorio era precioso: estaba pintado con colores cálidos, y tenía un Sagrario muy digno, con unas lamparillas de aceite de color ámbar y una imagen de la Virgen muy bonita y un suelo que brillaba de requetelimpio...
En el anteoratorio estaba el confesonario. Nos atendía espiritualmente don Amadeo Aparicio, un sacerdote del Opus Dei, que venía a celebrar la Santa Misa, a confesar y a predicar. También vinieron por allí durante aquellos años don Emilio Navarro y don Florencio Sánchez Bella que atendía además la labor apostólica de Vic y Gerona.
Los sábados por la tarde el sacerdote solía dirigirnos una meditación junto al Santísimo, a la que asistían muchas chicas. Había otra meditación los jueves, para las universitarias. Luego, durante la tertulia, se cantaba, se contaban anécdotas, se reía y se tocaba la guitarra, en ese ambiente cordial, de familia, tan propio del espíritu del Opus Dei.
Un domingo de cada mes había retiro espiritual. El resto de los domingos muchas de las que iban por Llar solían irse de excursión. Y se organizaban actividades culturales, como conferencias, o sesiones de teatro leído. ¡Incluso conciertos! Recuerdo uno que tuvo lugar el día de San Rafael, antes de la meditación. Celebramos especialmente esta fiesta porque los apostolados del Opus Dei con la juventud están encomendados a la protección de este arcángel. Hicimos los programas y a primera hora de la tarde del día veinticuatro de octubre ya teníamos llena la sala del piano, la clase de plancha y el cuarto de estar. No había sillas en la casa para tantas chicas como vinieron, y tuvieron que sentarse en aquella alfombra verde que cuidábamos tanto... Tocamos diversas piezas Pili, Eulalia, Teresa y yo: Chopín, Granados, Bach... Eulalia cantó algunas canciones mejicanas, porque estaban de paso algunas chicas mejicanas que se volvían al día siguiente a su país, y luego tuvimos la meditación, en la que el sacerdote nos habló de los Angeles Custodios. Y luego tuvimos la bendición con el Santísimo. Esa era una tarde de sábado en Llar...
Se daban también muchas charlas de formación humana y espiritual. Y una vez al mes tenían allí el retiro mensual un grupo de chicas que trabajaban como empleadas del hogar. Y venían muchísimas chicas jóvenes, sobre todo estudiantes, de Barcelona y de ciudades cercanas: de Vic, de Gerona, de Tarrasa, de Sabadell, de Badalona..."
Roser Fernández
"Yo venía de Badalona -recuerda Roser Fernández-. Entonces estudiaba primero de Magisterio, y un día una amiga mía, Teresa Arquer, con la que me iba cada mañana a clase en el tren, me invitó a ir por LLar. Antes me había prestado un libro que me había gustado mucho: 'Camino'. Y tanto me gustó ese libro que durante una excursión a Nuria me lo llevé y se lo iba prestando a unos y a otros: 'lee -les decía- lee un punto, a ver qué te toca'. Entonces el interesado leía en voz alta.
-Fíjate -le comentaba yo-, te viene que ni pintado...
Entonces no conocía el Opus Dei. Luego, cuando fui por Llar, me invitaron a hacer un curso de retiro y me enseñaron el modo de utilizar 'Camino': no era un libro para 'retratar' a mis amigos, sino para hacer oración personal, de tú a tú con el Señor. De todos modos, me divierte recordar aquella excursión, porque verdaderamente cada punto de 'Camino' daba en la diana...
En Llar me encontré con Montse Amat, con Mirufa Zuloaga, y más tarde con Lía Vila, la directora, que era una mujer joven, afable y acogedora. La recuerdo siempre sonriente: daba la impresión de que nunca sufría ninguna contrariedad. Rompíamos algo: 'Calma -nos decía-, no os preocupéis: vamos a arreglarlo. No pasa nada'. Lía sabía hacer una cosa después de otra, con serenidad, pero sin parar. Y llegaba a todo, sin agobios, dando la sensación de que no pasaba nunca nada. Y sí que pasaba...
Fueron muchísimas las chicas que conocí en Llar durante aquellos años, y por eso me resulta muy difícil acordarme de todas: Sylvia Pons, Pepa Castelló, Carmen Salgado, Teresa Negre, María del Carmen Delclaux, Carmiña Cameselle, Rosa Pantaleoni, que tocaba el piano..."
María del Carmen Delclaux
"A Rosa yo la conocía de la Universidad -comenta María del Carmen Delclaux, que iba también por Llar-. Ella estudiaba Farmacia y yo Químicas. Tenía muchísimas amistades. Conocía a todo el mundo y prescindía totalmente de su limitación física. Era muy bromista y muy alegre, conducía su coche, y además, estaba aprendiendo a tocar el piano, a pesar de que tenía una mano mal. Tanto era así que en las tertulias de Llar cuando iba a tocar el piano tenía que ayudarse con una mano para colocar la otra sobre el teclado..."
"En Llar -sigue contando Roser- nos movíamos como si fuera nuestra casa, porque desde el primer momento sentíamos aquello como algo nuestro. 'Oye -nos decían-, hay que hacer este plato de cocina: ¿nos puedes echar una mano? Mira: tenemos que planchar unos manteles para altar del oratorio, ¿nos ayudas?'. Y si querías, las ayudabas y eras una más.
Nos dejaban muy claro que allí íbamos a aprovechar el tiempo: a estudiar, a formarnos humana, profesional y espiritualmente; no había un momento en el que estuviéramos sin hacer nada. Estar de tertulia y charlando, sin más, era algo inaudito: estábamos de tertulia, pero cosiendo. Rosa tocaba el piano y cantábamos: mientras, el resto, le dábamos al 'pañito'...
...le dábamos al 'pañito' o bordábamos una mantelería, porque alguien había regalado la tela y la podíamos vender después y sacar algo de dinero..."
La primera Escuela-Hogar
"Llar era además -recuerda Rosa- una Escuela-hogar: la primera Escuela-Hogar dirigida por mujeres del Opus Dei. Se daban diversas clases: clases de plancha, de costura, y de francés e inglés a cargo de María Casal, una chica del Opus Dei de origen suizo que se había convertido años antes al catolicismo. Y clases de piano, que daba yo.
Pero las clases que más éxito tuvieron fueron, sin duda alguna, las clases de cocina, que daba Digna Margarit, una de las primeras mujeres del Opus Dei. Digna era una profesora verdaderamente excepcional. Había sido discípula de Rondisoni, un cocinero muy conocido en Barcelona, que le había enseñado una cocina muy selecta.
Entonces no era muy frecuente que se dieran clases de este tipo; porque Digna no nos enseñaba a preparar platos importantes y caros, ni postres complicados, no; nos enseñaba a preparar, con una gran calidad, menús económicos: el menú de cada día. Y eso a las que íbamos nos importaba mucho, porque no nadábamos en la abundancia y nos convenía asistir a unas clases que el día de mañana nos supusieran un arreglo para nuestra economía..."
"El primer año -recuerda Roser- éramos sólo cinco alumnas en esas clases de cocina; y ahora, gracias a Dios, al cabo del tiempo, las cinco somos del Opus Dei. Y a pesar de ser tan pocas alumnas, Digna nos daba aquellas clases con tanta seriedad y con tanta altura profesional que yo no pensé nunca que aquellas eran las primeras clases de la primera Escuela-Hogar dirigida por mujeres del Opus Dei en todo el mundo. Al contrario: al ver la categoría y la seriedad con la que se hacían las cosas, me parecía que habían muchas más escuelas de ese tipo en Barcelona y en todas partes, como sucede ahora".
Montse Amat
"De todas formas, no fue nada fácil sacar adelante aquella Escuela-Hogar -añade Montse Amat, que participó directamente en aquellos comienzos-. Recuerdo que durante aquellos años pasó el Padre por Barcelona y algunas fuimos a saludarle al aeropuerto, en una escala que hizo de camino a Madrid. Le saludamos y estuvimos charlando unos diez minutos. Nos comentó que le gustaría ir, como siempre hacía cuando venía a Barcelona, a saludar a la Virgen de la Merced; pero que esta vez no podía ser y nos encargó que fuéramos a saludar a la Virgen de su parte. Estuvo muy cariñoso y nos preguntó cómo iba la labor apostólica en Llar. Entonces le dijimos:
-Padre, nos cuesta mucho. Y tenemos muy pocas alumnas.
-Bueno, hijas mías -nos animó-, tened paciencia, tened paciencia.
Pero inmediatamente, añadió, con un gesto muy suyo:
-Pero no mucha, eh: ¡no mucha!"
"Aquellos comienzos de LLar fueron unos comienzos estupendos -continúa Roser-. Digna nos hablaba de los primeros pasos de la labor apostólica del Opus Dei con mujeres en Madrid; y mientras nos enseñaba a cocinar un plato, entre sofrito y sofrito, nos iba explicando, con mucha gracia, diversos aspectos de la doctrina cristiana. Todo lo hacía así: suavemente, sin grandes aspavientos. Y sin parar. Era la gota incesante. Nos acercaba constantemente a Dios; unas veces nos hablaba de temas serios y profundos; y otras nos contaba cosas divertidas para que nos riéramos... como cuando recordaba que nuestro Fundador le decía que ella mentía al decir antes de comulgar: 'Señor yo no soy digna'. '¡Y tú -bromeaba el Padre- eres Digna, hija mía!'".
"En aquellos momentos las que vivían en Llar pasaban muchas estrecheces. Recuerdo que, cuando llegó el verano, Digna quería enseñarnos a hacer helados, pero... en la casa no tenían nevera. Y claro, si no tenían ni para comer, mucho menos para comprar una nevera. Hasta que se enteró de que rifaban una. Y nos dijo: '¿por qué no compráis unos números, a ver si nos toca?'. Yo pensaba que era una broma, pero Digna nos insistía: 'Vosotras rezad, rezad, a ver si nos toca la nevera'.
Total: tanto nos insistió, que compramos unos números... ¡y les tocó la nevera!
Yo entonces todavía no era del Opus Dei y al igual que muchas de las que íbamos por Llar, estaba muy intrigada por saber dónde dormían las que vivían allí. Hasta que una noche me quedé más tiempo en el oratorio y al salir, un poco a deshora, vi que ya se habían ido todas las alumnas. Sólo quedaban las que vivían en la casa y yo. Y mientras me iba escuché sin querer a María Casal -que se creía que sólo quedaban en la casa las del Opus Dei-, que comentaba en la habitación de al lado:
-No hay que preocuparse: si esta noche no nos llegan las mantas, no nos acostamos. Nos quedamos en el planchero con la estufita, y por lo menos dormiremos.
Me quedé sorprendida: lo que hacían para dormir era extender las mantas y las sábanas en el suelo y ya está...; cuando había mantas, naturalmente.
Para mí aquello fue un descubrimiento: entonces comprendí por qué no encendían la calefacción: no tenían dinero y esa calefacción gastaba mucho; y había llegado el invierno y no tenían mantas. Luego me enteré que aquella noche estaban esperando unas que les iban a regalar.
Así fui haciendo mis pesquisas y atando cabos. Y otra noche vi lo que cenaban: acelgas con acelgas, porque no había para más. Entonces se lo dije a las otras alumnas que iban a la clase de cocina y aunque éramos gente joven y no manejábamos mucho dinero, fuimos trayendo latas de comida de nuestras casas, y nos las íbamos 'olvidando' en la cocina disimuladamente, haciéndonos las despistadas...
Lo que sorprendía era la elegancia y el señorío humano con que llevaban esta situación; tanto, que para algunas chicas que acudían por allí pasaba inadvertida. Recuerdo, por ejemplo, que al llegar la Navidad una de las alumnas propuso que les regaláramos un cuadro, una bandejita... Hasta que Digna me llamó y me dijo con toda claridad:
-Mira, Roser: aquí lo que verdaderamente nos vendría bien es una cesta de comida. ¡Eso es lo que nos vendría bien de verdad...!
Estas situaciones de penuria tan extrema no son las habituales en el Opus Dei, donde cada uno se mantiene con su propio trabajo profesional. Son circunstancias extraordinarias que suelen darse en los comienzos de la labor apostólica y que gracias a Dios se solucionaron al poco tiempo. Nuestro Fundador pasó por circunstancias parecidas al comienzo de la Obra. Pero yo no me he olvidado nunca de esto, porque aquellas mujeres me enseñaron como afrontar las dificultades materiales con garbo humano y con sentido sobrenatural.
¡Guardo tantos recuerdos de aquella época! Durante un tiempo dimos clases de catequesis con Rosa Barrica, en el barrio de la Salud de Badalona, y en una escuela de un barrio de barracas de la montaña de Montjuich. Aunque más que una escuela aquello era una barraca, de ésas que usan los obreros para guardar el material. Allí venían los niños, que eran de familias muy pobres.
Ibamos también con mucha frecuencia, como fruto de la formación cristiana que se nos daba en Llar, a visitar a gente necesitada. Aquellos niños del Cottolengo... es como si los viera ahora: les dábamos de comer, les cortábamos las uñas, los lavábamos...
Por su parte, algunas madres de familia del Opus Dei junto con sus amigas iban al barrio del Turó, un arrabal pobrísimo de Badalona para dar catequesis y atender a las necesidades de aquellas gentes, que estaban en una situación muy penosa. Era un barrio de barracas construidas por ellos mismos con maderas viejas, al borde un camino polvoriento, entre piedras y socavones formados por las lluvias. Instalaron un dispensario, con la ayuda de algunas Cooperadoras del Opus Dei, y más tarde un ropero para ayudar a aquella gente necesitada. Y se promovieron muchas labores apostólicas parecidas a ésa, en las que colaboraban muchas madres de familia, como Manolita, la madre de Montse, que por aquellas fechas conoció la Obra".