El salto a América

 

Indice: Fuentes para la historia del Opus Dei
Cuando la labor apostólica en los primeros países europeos estaba apenas empezando, ya el Fundador del Opus Dei impulsaba y preparaba la expansión a un nuevo continente: América. En efecto, antes de acabar 1949, los primeros miembros del Opus Dei llegaron a México y Estados Unidos, y en 1950 comenzó el trabajo del Opus Dei en Chile y Argentina.

Recuerdos de Pedro Casciaro

Poco después de ser ordenado Diácono, una mañana de 1946, caminaba con el Padre en Madrid por la calle de Lagasca. Me iba comentando algunos aspectos de labor sacerdotal que realizaría una vez fuera ordenado. Y como de paso, sin darle importancia, me dijo que yo, después de trabajar un cierto tiempo en España como sacerdote, podría comenzar la labor apostólica en un país de América, porque “tenemos -dijo- que cruzar el charco”.

Aquellas palabras me dejaron, de nuevo, muy sorprendido. Como ya me había sucedido en otras ocasiones, me sacaron de la pequeña dimensión de mis preocupaciones concretas y me pusieron frente a una dimensión geográfica y espiritual mucho más amplia; ya no se trataba de ir a otra ciudad, sino de ir a otro continente. Me tranquilicé a mí mismo interpretando que ese brinco intercontinental ocurriría después de varios años. En aquel tiempo el Opus Dei sólo había iniciado su labor en Italia y Portugal, y yo conjeturaba que pasaría bastante tiempo antes de que se comenzara en países lejanos.

Sin embargo, alrededor de año y medio después, a finales de marzo de 1948, recibí una carta del Padre -fechada en Roma-, en la que me pedía que me preparara urgentemente para hacer un largo viaje por América. Deseaba que visitara a los arzobispos y obispos que habían manifestado interés en que el Opus Dei se estableciera en sus diócesis, y que conociera in situ las diversas circunstancias de cada lugar, para que se pudieran dar los primeros pasos de apostolado estable en esos países. De nuevo comprendí que el Padre caminaba al paso de Dios, cuando mi paso tendía a caminar mucho más despacio.

De este modo comencé con otros dos miembros del Opus Dei un largo periplo que duró seis meses y que comenzó con el vuelo Madrid-Nueva York. Nos entrevistamos con muchas personas, muy variadas; pero nunca faltaron en nuestro recorrido, para poder informar al Padre acerca de las circunstancias y posibilidades apostólicas de cada país, las visitas a los respectivos Ordinarios del lugar y a las Universidades (…)

Desde cada ciudad escribíamos al Padre cuando menos una tarjeta postal, en la que le adelantábamos los resultados de nuestras andanzas. Al terminar, estuvimos con él, en el mes de septiembre, en la casa de retiros de Molinoviejo, cerca de Segovia, y le contamos nuestras impresiones sobre todo lo que habíamos visto en América. En vista de lo que le dijimos, decidió dar los primeros pasos de la labor apostólica de la Obra en Estados Unidos y México.

Y a este último y querido país llegué en enero de 1949 para comenzar la labor del Opus Dei, después de una larga travesía en el transatlántico Marqués de Comillas. Tras la bendición, durante la despedida que tuvo lugar en Molinoviejo, el Padre comentó a Mons. Morcillo, que estaba presente: “esta bendición y una imagen de la Virgen es todo lo que puedo darles para comenzar en México. Esa sencilla imagen de cerámica de Nuestra Señora del Rocío fue la primera piedra de la labor apostólica en mi nuevo país. Ahora se conserva con todo cariño y gratitud en Montefalco.

(…) el inicio de la labor apostólica en México contó con las dificultades características de todos los comienzos: teníamos que resolver el problema económico, no sabíamos si obtendríamos o no el permiso de residencia en el país y, en fin, un largo etcétera. (…)

Al llegar a la Ciudad de México, alquilamos un piso en la calle de Londres número 33; y comenzamos a trabajar. Sin embargo, con lo que ganábamos mensualmente con nuestros contratos de trabajo sólo podíamos pagar el alquiler, el agua, la luz y el teléfono. Nos quedaban apenas 250 pesos con que comer y cubrir los demás gastos indispensables para subsistir… Gracias a Dios, como siempre, subsistimos.

El Padre nos escribía y alentaba constantemente desde Roma. Y desde el principio contamos con el afecto del entonces Arzobispo Primado de México, Monseñor Luis María Martínez, que quiso celebrar la Santa Misa y dejarnos el Santísimo el 19 de marzo de ese mismo año en el Oratorio, instalado en la mejor habitación de nuestro pequeño apartamento. (…)

La ayuda de Dios nos llegaba también a través de los primeros cooperadores del Opus Dei en México, gentes generosas que nos ayudaron tanto en aquellos momentos y que tanto me recordaban a las que ayudaron a nuestro Fundador en los comienzos (…)

Y así fue creciendo la labor, y extendiéndose a gentes de todas las clases sociales, que entonces estaban mucho más diferenciadas que ahora (…)

 

 
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