Hacer amable el cumplimiento del deber

Indice: Memoria del beato Josemaría

PREGUNTA: En general, su simpatía le llevaba también a hacer a los demás amable el cumplimiento del deber, y les facilitaba conllevar situaciones más o menos penosas.

Mons. Escrivá de Balaguer no dejaba de ejercitar su autoridad y de disponer lo que fuera necesario, pero siempre -también cuando había prisa o urgencia- impartía sus indicaciones con un tono afectuoso, que conseguía hacer más grata la obediencia. Empezaba con expresiones como: por favor, ¿quieres encargarte de...?; si no tienes inconveniente, ¿puedes ocuparte de esto o de lo otro...?; ¿tienes la amabilidad de encargarte de esta tarea...?

Cuando me hacía una observación para transmitirla a otra persona, y yo la comunicaba en su presencia de modo terminante -"me dice el Padre que vengas..."; "dice el Padre que hagas esto o lo otro..."-, me corregía con cariño, para que aprendiera a ejercitarme en la caridad al hacer esas peticiones, y a ofrecer la posibilidad de exponer cualquier dificultad que les impidiese realizar un encargo determinado.

En 1973, un laboratorio farmacéutico presentó una nueva medicina, que sustituía a otra de gusto desagradable: el anuncio explicaba que le habían dado sabor a naranja. Con naturalidad, nos comentó: me alegro: es humanizar las cosas, porque somos hombres, y ocuparse de hacer agradable a los demás el cumplimiento del deber tiene que agradar a Dios.

Se desvivía por hacer más grata la vida a los demás. En muchísimas ocasiones, cuando iba de un sitio para otro, o cuando sonaba el teléfono en el lugar por donde pasaba o en una habitación en la que no había nadie, acudía a recoger esas llamadas. Quería que se procurase hacer las cosas, por amor de Dios, perfectamente bien. Por ejemplo, cuando alguno llevaba a otra persona un objeto, una carpeta con papeles, un libro, y, al dárselos, en lugar de dejarlo con suavidad, lo arrojaba un poco bruscamente sobre la mesa, bromeaba: así se entregan los guantes al rey. Nos hacía notar que hemos de servir acabando los detalles y tratando con delicadeza a las personas; deseaba que nos ejercitásemos en las buenas maneras, en la cortesía, que facilita la vida a los demás; y que se prestasen los servicios con el mismo miramiento que se tendría con Nuestro Señor.

En 1968, encargado por Mons. Escrivá de Balaguer, hice un viaje para atender a un miembro del Opus Dei que atravesaba una seria dificultad en su camino. Además de la reacción espiritual del interesado, esperaba que viniera a Roma, para descansar y rehacerse en su vida interior. Cuando volvíamos, puse un telegrama firmado sólo con mi nombre, comunicando el tren en que llegábamos. Al cabo de unos cuantos días, me enseñó a anticipar a los demás la alegría y la tranquilidad: me aclaró que podía haber puesto un telegrama, con las mismas palabras, pero firmando con el nombre de aquel que atravesaba ese momento malo. Así hubieran tenido el gozo de saber que el enfermo acudía a recibir la ayuda necesaria, y hubieran preparado las cosas para recibirnos, sin la duda sobre cuántos llegábamos. Con una voz muy convincente y cargada de cariño, concluyó: cuando hagas cualquier tarea, piensa en Dios y, por Dios, piensa en los demás. No te olvides de que has de ayudar a que la gente no tenga preocupaciones.

 

 
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