Omnia in bonum

 

Indice: Memoria del beato Josemaría

PREGUNTA: Ha comentado más arriba que el Fundador del Opus Dei veía la mano de Dios en todo y que, ante los sucesos externamente negativos, solía repetir Dios sabe más, o bien: Omnia in bonum! Así era también cuando las dificultades se referían a su persona.

He visto momentos en los que padeció auténticas incomprensiones, y jamás perdió la paz o el buen humor, no alteró su plan de vida o sus trabajos, ni disminuyó su vibración apostólica en servicio de la Iglesia. En 1970, sufrió una gran contradicción por parte de gente buena. Nos comentaba a Mons. Álvaro del Portillo y a mí cuál era su reacción: en esta última temporada estoy recibiendo una purificación muy dura, que el Señor permite. Pero no me importa lo que digan de mí aquí, en Roma, y en ningún otro sitio. Me importa sacar adelante las almas que tengo confiadas. Hay que saber llevar todo con paciencia, ¡con paciencia y sin hacer tragedias!

Hacia los años setenta, comenzó a circular en Roma el bulo de que se estaba muriendo, internado en una clínica psiquiátrica. Vi su reacción cargada de amor a Dios y a las personas que habían lanzado ese vulgar y penoso infundio. Nos comentaba: ¿morir?, ¡qué comodidad! Todavía, con la gracia de Dios y mientras Él me deje en la tierra, tengo que dar mucha guerra para extender esta bendita semilla del Opus Dei, en servicio de la Iglesia y de las almas. Dicen que estoy internado en una clínica psiquiátrica, para locos. Desde luego, tienen razón, estoy loco de amor de Dios, y le pido al Señor que me aumente esta locura. Para Mons. Escrivá de Balaguer, esa insidia, que circuló abundantemente en distintos ambientes eclesiásticos y civiles romanos hasta traspasar las fronteras y llegar a otros países, no pasó de ser una anécdota, en la que vio también la permisión de la Providencia para que estuviese más desprendido de su yo.

Con buen humor, expresó en diversos momentos que se veía delante de Dios como un pobre pirulero, o como cuatro huesos ya sin fuerza física, lleno de costras y miserias, como un personaje bien feíllo. Pero, al mismo tiempo, ¡qué me importa todo esto si sé que Dios me quiere, si sé que Dios me espera, si sé que Dios se sirve de mí tal y como soy, y no desea darme nada más aquí en la tierra. ¡Soy feliz, porque así me quiere Él!

Cuando me lamentaba de algo en su presencia, solía hacerme esta consideración: ¿cuánto hemos rezado por esta tarea concreta?; ¿cómo ha sido nuestra oración?; ¿ha estado llena de fe?; ¿ha sido perseverante?; ¿ha sido para buscar única y exclusivamente la gloria de Dios? Si impulsaba a todos a ser hombres de oración, su acento era más incisivo cuando hablaba con quienes tenían gobierno de almas. Nos pedía que pusiéramos ante el Señor los temas que nos ocupaban, porque así nos daríamos cuenta de que muchas dificultades se disipan, ya que -situándonos en la realidad de la medida sobrenatural- vemos lo más conveniente con la luz de Dios. Nos ponía la comparación de una persona pegada a un muro de un metro setenta: aquella barrera le parece insuperable; pero, si se aleja un poco, comprueba que con el impulso de una carrerilla se salta fácilmente: así, sucede con las actividades llevadas a la oración y vistas con la dimensión de Dios. Se comprende que todas las dificultades se pueden saltar y se pueden superar con el impulso y la fortaleza del Señor, que es el dueño de todo.

 

 
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