Aceptación y ofrecimiento sobrenatural de la enfermedad

Indice: Memoria del beato Josemaría

PREGUNTA: Aunque está implícito en lo anterior, parece necesario incidir en la aceptación y el ofrecimiento sobrenatural de las enfermedades, tan característicos en las almas santas.

En momentos en que se le veía humanamente agotado, por el trabajo y por la enfermedad, nos comentaba que no se cambiaría por ninguna otra persona, ni añoraba un mejor estado de salud. Estaba persuadido de que el Señor le daba lo que más convenía a su santificación; tenía plena esperanza de que Dios se servía de aquello para unirle más íntimamente a Él.

Aunque podría aducir muchas otras anécdotas, pienso que es una buena síntesis lo que presencié el 18 de octubre de 1973. Había recibido la visita de una familia: la hija mayor era deficiente mental. Aquel matrimonio, que llevaba esa pesadumbre con gran sentido sobrenatural, se reforzó en su actitud, después de escuchar a Mons. Escrivá de Balaguer y ver el cariño con que trataba a su hija enferma. Al terminar, mientras volvíamos a la habitación de trabajo, me comentó: hemos de dar gracias a Dios, porque nos ha hecho normales: normales para amar el sufrimiento con alegría. Sufrir, en el Opus Dei, si vivimos el espíritu que el Señor ha querido para nosotros, se convierte en amor, y en amor con alegría. Después, pausadamente pero con mucha fuerza, añadió: no lo olvides, pasará el tiempo, yo me habré ido a rendir cuentas a Dios, y podrás repetir a tus hermanos que me oíste decir que el sufrimiento, cuando viene, nosotros lo amamos, lo bendecimos y lo convertimos en un medio para dar gloria a Dios, siempre con alegría, que no quiere decir que no cueste.

Desde los comienzos del Opus Dei, consideró los padecimientos caricias de Dios. Por eso, valoró siempre a los enfermos como auténticos tesoros, porque pueden aportar una ayuda inmensa, ofreciendo sus dolores, unidos a la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo. Nos mostraba también que la enfermedad, cuando viene, hay que amarla; y nosotros hemos de saber santificarla porque es "el trabajo profesional" que el Señor pone en esos momentos en nuestras manos.

A partir del año 1970, a temporadas, tenía ataques de hipo que le duraban varias horas. No perdía la paciencia ni el buen humor, y seguía trabajando y atendiendo a quienes estábamos a su alrededor. Procuraba quitar importancia a esos enojosos ataques, aunque muchas veces le producían insomnio. Y no dejaba de pedir perdón por la molestia que ocasionaba al hablar. Confieso que yo estaba interiormente tenso, y me edificaba el sentido sobrenatural, la alegría y la naturalidad con que se conducía: continuaba su actividad como si no le ocurriera nada.

En 1970 reafirmaba: sólo si nos unimos continuamente a la Pasión de Jesucristo, sabremos ser instrumentos útiles en la tierra, aunque estemos llenos de miserias. Pienso que estas palabras sintetizan su modo de enfocar cuanto suponía dolor en su vida.

 
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