Nuevos amigos

 

Índice: José María Somoano. En los comienzos del Opus Dei

¡Qué diferencia!, pensó José María al llegar, aquel día de octubre de 1922, al Seminario Conciliar de la calle San Buenaventura, donde iba a comenzar sus estudios de Teología. En contraste con el modesto caserón de Alcalá, el Seminario de Madrid se alzaba, imponente, sobre el solar que ocupó en otros tiempos el palacio del Duque de Osuna, lugar de fastuosas fiestas en las que la fantasía popular aseguraba que los candelabros de oro se encendían con billetes de banco...

Se detuvo a contemplarlo. Era un edificio rectangular de cinco pisos, con una elegante fachada de ladrillo, enclavado en un mirador natural desde el que se divisaba la Casa de Campo, sobre un fondo azul de paisaje velazqueño. Dejó la maleta bajo los tres grandes arcos de la entrada, y visitó la capilla. Era amplia, grande, de estilo neogótico. Al frente del vestíbulo, una escalinata conducía al primer piso, donde se encontraban el salón de actos, con un gran cuadro de la Inmaculada, la biblioteca, con más de 18.000 volúmenes, y los salones rectoral y de estudio para los alumnos latinos y externos.

Le indicaron su habitación, entre un trasiego juvenil de risas, saludos y caras nuevas. En la segunda planta estaban las camarillas para los latinos; en el ático, las habitaciones de los filósofos, los teólogos -como él- y la enfermería; y en la parte de atrás, en un declive del terreno, la huerta. Los seminaristas subían y bajaban con sus equipajes o conversaban a lo largo de los claustros que rodeaban los dos grandes patios. Desde algunas ventanas —por donde se colaba de rondón, inmisericorde y traicionero, el frío del Guadarrama— se podía contemplar la gran mole del Palacio Real.

Comenzó a saludar a unos y otros. A algunos, como Casas, Ramón García y Francisco Navarrete, los conocía de Alcalá. Pero la mayoría de los rostros eran desconocidos.

Uno de los chicos del curso superior con los que congenió se llamaba José María García Lahiguera. Era un año menor que él y llevaba ya siete años en el Seminario. Era navarro, de Fitero: discreto, alegre, trabajador y con gran talento musical. Le apodaban Albericio, porque era sobrino nieto de don Ignacio Albericio, autor de una Gramática Latina que se estudiaba en el Seminario años atrás.

Aquí estaban más de cien y era más difícil conocerse. Poco a poco fue trabando relación con Félix Verdasco y Casimiro Morcillo, de dos cursos superiores; y con los que formaban con él los últimos nombres de la lista de clase: Sevilla -con el que había estudiado en Alcalá-, Vea Murguía y Vegas Pérez...

Lino Vea-Murguía Bru era un muchachote alto y recio, descendiente de militares, de aspecto atlético y fuerte, con un gran corazón que se manifestaba en su gran preocupación por los enfermos. José María Vegas Pérez era hijo de Miguel Vegas y Puebla Collado, un conocido catedrático de la Universidad de Madrid, y tenía un carácter sencillo y entusiasta, junto con un irresistible sentido del humor. Era, sin duda, uno de los tipos más simpáticos del seminario. Tanto con Lino como con José María hizo pronto buena amistad; una amistad que acabaría siendo decisiva en su vida...

Preguntó por el horario. Era muy parecido al de Alcalá y un seminarista, años después, lo explicaría así: "A las cinco y media o seis nos levantamos, y luego nos lavamos, y luego vamos a la Capilla a hacer la oración y oír Misa, y luego hacemos las camas, y luego... sale el sol".

Los madrugones eran los mismos que los de Alcalá, pero las instalaciones no tenían nada que ver: aquí los seminaristas disponían de un pequeño Museo de Historia natural, un Gabinete de Física y Química... Algo impensable en el destartalado caserón de Santa María la Rica. Con razón decían que este era uno de los seminarios mejor dotados de España... Aunque, como no sólo de espíritu vive el hombre, aquellos muros acusaban una carencia fundamental: la calefacción. ¡Qué frío se pasaba allí! Especialmente, en la zona de habitaciones que daban hacia la Sierra, que denominaban Siberia. Aunque José María ya venía acostumbrado de Alcalá...

 

 
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