La camiseta de Sigfrido

Sin embargo, el hecho de que el médico hubiera descartado una posible tisis, no significó que el Padre recuperara la salud; y las condiciones materiales en que vivía no favorecían demasiado su restablecimiento: atravesábamos uno de esos crudos inviernos de Castilla, que el Padre afrontaba, por pobreza y mortificación, alimentándose poco y abrigándose menos. Llevaba habitualmente una sotana ligera para andar por casa, la única que tenía; y cuando salía a la calle, sólo se ponía una dulleta de entretiempo y el sombrero de fieltro que le había regalado el obispo de Pamplona. No consintió en que le compráramos un jersey y una bufanda. Ricardo, en una de las visitas que nos hizo desde el frente, nos encargó a Paco y a mí que nos esforzáramos por cuidar la salud del Padre; pero -como se verá a continuación- no nos resultó nada fácil cumplir este encargo.

Hay que situarse primero en nuestras circunstancias materiales. Nos desenvolvíamos en medio de grandes penurias económicas y no teníamos con frecuencia ni para lo más imprescindible. Por ejemplo: sólo contábamos con cinco pijamas para todos. Eso significaba que había que lavar rápidamente el pijama sobrante para que el siguiente usuario se pudiera cambiar. Y sólo teníamos -para los cuatro- una camiseta de abrigo, que tenía una enrevesada letra gótica bordada en el pecho con las iniciales de su antiguo propietario. Era bastante gruesa y de buena lana, y nos la habían regalado -usada, pero en buen estado- a nuestro paso por San Sebastián.

Un día que estaba vestido con los pantalones y las botas militares, me puse la camiseta y vi que me cubría hasta las rodillas, dándome cierto aspecto de soldado medieval; me coloqué encima mis correajes de soldado y, ante las carcajadas de Paco y José María, comencé a representar Lohengrin. De pronto, entró el Padre y suspendí la representación. Nos preguntó qué hacíamos: Paco le explicó, candorosamente, que yo estaba haciendo de Sigfrido. A partir de entonces la camiseta se llamó la "camiseta de Sigfrido". El resto de las prendas de ropa que usábamos en rotación también tenían nombre propio: "el pijama del chófer", "el del presidiario", etc.

Esta "camiseta de Sigfrido" dio pie a que yo, en mi deseo de cuidar al Padre, llegara a extralimitarme. El Padre no se quería poner la famosa camiseta argumentando que había tenido siempre una especial aversión hacia esas prendas: era verdad, pero no la quería usar fundamentalmente por mortificación, y para que nos la pusiéramos nosotros. Hasta que un día en el que hacía mucho frío y el Padre seguía afónico y con mucha tos, Paco y yo, movidos por el cariño, pero sin delicadeza, casi le obligamos físicamente a que se la pusiera. A los pocos minutos ya se la había quitado y entonces nos dimos cuenta entonces de lo improcedente de nuestro comportamiento; le pedimos perdón y quedamos en buscar otros medios para cuidar su salud.

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